
El Jeszenszky-kastély, en el pequeño pueblo de Kölesd, Hungría, es una de esas joyitas poco conocidas que recompensa a quien se sale un pelín de los caminos trillados. No verás autobuses llenos de turistas haciéndose selfies; en su lugar, la mansión atrae a quienes sienten auténtica curiosidad por la historia, la arquitectura y las historias que tejen el rico tapiz de la Hungría rural. Si las paredes hablasen, las de Jeszenszky-kastély tendrían muchísimo que contar. Esta casa señorial es a la vez reliquia de un pasado grandioso y un lugar profundamente humano, marcado por siglos de vida familiar, política regional y empeño artístico.
La historia de la mansión arranca en el siglo XVIII, cuando Hungría formaba parte del vasto Imperio de los Habsburgo. La familia Jeszenszky, con raíces hondas en la nobleza húngara, mandó construir esta residencia elegante: concebida como un auténtico retiro campestre, sí, pero también como escaparate de riqueza, gusto y orgullo familiar. Lejos de los palacios fastuosos de Viena o Budapest, su diseño es contenido y armonioso, un ejemplo fino del barroco tardío. La ornamentación es generosa sin ser excesiva; la casa se integra con el paisaje arbolado que la abraza.
Con los años, el Jeszenszky-kastély se convirtió no solo en un hogar, sino en un foco social y cultural de la región. Sus dueños aportaron a la vida local: levantaron una escuela, apoyaron la construcción de la iglesia del pueblo y participaron en asuntos cívicos y administrativos. La mansión y su parque fueron punto de encuentro de intelectuales, terratenientes y artistas que se reunían en salones con librerías y bajo techos con delicados motivos florales. Se dice que escritores húngaros de peso, como Mihály Vörösmarty, pasaron por allí en la edad dorada del Romanticismo, atraídos quizá por un entorno sereno y estimulante a la vez.
Pese a la paz que un día conoció, el paso del tiempo trajo sacudidas. El siglo XX —y muy en particular las guerras mundiales y la era comunista— cambió el destino de muchas familias terratenientes húngaras, y la familia Jeszenszky no fue la excepción. La mansión vivió varias transformaciones: fue nacionalizada, reconvertida en institución y sus interiores sufrieron épocas de deterioro. Aquellas décadas dejaron huella; y aun así, el esqueleto de la casa resistió, y el vínculo del pueblo con su corazón histórico nunca se rompió. En las últimas décadas, los esfuerzos locales han apostado por restaurarla y conservarla. Sus espacios públicos ofrecen hoy destellos de aquel esplendor: estucos recuperados, escaleras de madera y estufas de azulejos originales que evocan otra época.
Quien visite hoy Kölesd descubrirá que el Jeszenszky-kastély no es solo un edificio, sino un punto de referencia para toda la comunidad. Al llegar, parece que aún se oyen los carruajes sobre la grava. Árboles centenarios dan sombra a un prado amplio, y la fachada, elegante y sin estridencias, te invita a acercarte. Dentro, aunque algunas estancias siguen en proceso de restauración minuciosa, se intuyen las vidas que llenaron estos espacios: niños asomados a la barandilla de la escalera, invitados llegando para un fin de semana largo, o quizá una velada musical hinchada por una sonata de piano. Es un lugar donde lo cotidiano y lo extraordinario se mezclaban entre tazas de té y copas de Tokaji local.
Parte del encanto del Jeszenszky-kastély es que late en un pueblo vivo, no como una reliquia distante, sino rodeado de gente que aún siente su presencia. Los vecinos comparten con gusto no grandes gestas, sino historias personales: recuerdos de fiestas en el parque, juegos de infancia a la sombra de sus viejos muros y ese optimismo agridulce que despierta ver a una casa noble tomar nueva vida. La mansión acoge a veces exposiciones, actividades escolares y programas culturales, insuflando aire fresco en sus salas renovadas e invitándote a entrar en un espacio donde la historia no solo se conserva: se vive.
La visita es tanto el camino como el destino. La carretera hacia Kölesd desde las localidades mayores del condado de Tolna serpentea entre colinas suaves, viñedos y campos: el mismo paisaje que llevó a la familia Jeszenszky a echar raíces aquí hace siglos. El aire es más limpio, el ritmo más pausado, y cada piedra y cada árbol parecen guardar un relato. El Jeszenszky-kastély es una mansión modesta para estándares aristocráticos, pero ofrece una intimidad y una autenticidad que muchos sitios más grandilocuentes han perdido hace tiempo. Es un lugar que invita a la reflexión —sobre la historia, la familia, la pérdida y la renovación— donde cada visitante encuentra su propio vínculo con el pasado de Hungría y su espíritu hospitalario, persistente y cercano.





