Egri Minaret (Minarete de Eger)

Egri Minaret (Minarete de Eger)
Minarete de Eger: guía local en castellano sobre el minarete otomano más septentrional de Europa. Historia, vistas desde 40 metros, 97 peldaños y encanto de Eger entre pasado y presente.

El Minarete de Eger es uno de esos lugares raros donde sientes los siglos rozándote los hombros. En pleno corazón de Eger, este esbelto y majestuoso aguja se alza 40 metros sobre las calles empedradas, recordándonos que el pasado se resiste a ceder su sitio al presente. Nada que ver con el típico monumento europeo: el Minarete es símbolo de otra era, un superviviente testarudo de los días en que el dominio otomano proyectaba su sombra sobre el norte de Hungría.

La historia del Minarete de Eger nos lleva a finales del siglo XVII, cuando Eger estuvo bajo ocupación otomana durante casi ochenta años. Fue hacia 1648 cuando se completó la estructura, como llamada a la oración para los musulmanes devotos de la mezquita que antes se alzaba junto a él. Hoy la mezquita ha desaparecido, engullida por el tiempo y por posteriores reconstrucciones cristianas, pero el minarete sigue ahí, plantando cara en una ciudad más conocida por su arquitectura barroca y sus legendarios asedios al castillo. Al acercarte, notas ese tira y afloja de influencias culturales: un cilindro vertical, de tono rosado, en medio del encanto de la Europa Central.

Lo que hace aún más fascinante al Minarete de Eger es su condición de minarete auténtico más septentrional —construido por los otomanos— en el continente europeo. La mayoría de los minaretes en Hungría o más al norte no han sobrevivido, o solo existen como reconstrucciones. Este, en cambio, resistió múltiples intentos de derribo, incluyendo un episodio bastante pintoresco en el siglo XIX cuando la ciudad intentó tumbarlo con doce pares de bueyes. Imagina la cara de los vecinos —entre el susto y la vergüenza— al ver que la estructura ni se inmutó. El minarete parece reírse aún de aquel recuerdo. Es un superviviente en toda regla, un recordatorio vivo de que la historia no siempre se doblega a los caprichos del presente.

Subirlo es otra aventura. En cuanto entras, te recibe una escalera de caracol estrecha y de piedra: son solo 97 peldaños, pero empinados y pensados para la utilidad, no para el paseo. Con cada vuelta, el mundo exterior se difumina un poco, y te invade una extraña sensación de viaje en el tiempo. Al salir al balcón estrecho, la recompensa es clara: vistas espectaculares en todas direcciones. Ahí está el Castillo de Eger encaramado en su colina, las cúpulas y agujas de las iglesias cercanas, tejados de teja que se ondulan hacia el horizonte y la vida bulliciosa del pueblo curvándose a tus pies. No hay cristal que te separe del aire, así que en un día soleado la brisa es tibia y la ciudad parece susurrarte su historia, larga y con mil capas, solo para ti.

Lo que representa el Minarete de Eger va más allá del ladrillo y la piedra. Es un elemento vivo del paisaje urbano, encarnando los cambios, las rupturas y las reconciliaciones que han moldeado Eger durante siglos. A veces, allí de pie, entre palomas y nubes, casi puedes oír la llamada del muecín deslizándose sobre jardines y plazas, chocando con los ecos del órgano de la Catedral de San Miguel. La vida aquí es un mosaico de historias; el minarete es una tesela distinta, sí, pero más cautivadora precisamente por su diferencia.

Hasta los locales abrazan su extraña y terca presencia, integrándola en leyendas urbanas y en el lenguaje de cada día. Los niños lo señalan con una mezcla de orgullo y curiosidad, y los mayores te contarán anécdotas —algunas ciertas, otras inventadas— sobre su supervivencia. Si pasas suficiente tiempo bajo su sombra, quizá acabes sintiéndote igual de protector con su rareza, agradecida de que se negara a ser tumbado u olvidado.

Así que, si te pierdes por las calles de Eger, el Minarete te espera, invitándote a subir —no solo en altura, sino también a través de capas de historia e imaginación—. En una ciudad famosa por sus gestas heroicas y sus vinos exquisitos, la silenciosa persistencia de esta reliquia otomana añade complejidad, textura y un sentido de pasado compartido que se extiende más allá de las fronteras de Hungría. No es la atracción más ruidosa, quizá por eso se queda dando vueltas en la memoria mucho después de bajar el último y mareante escalón.

  • En el Minarete de Eger, una leyenda local cuenta que una doncella rechazó al bajá otomano arrojándole sopa caliente; los egreses celebran su resistencia frente al asedio turco.


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