
El Festetics-kastély descansa en silencio en el pequeño pueblo de Gálosfa, arropado por las suaves colinas de la Transdanubia meridional. A diferencia de su famoso “hermano” de Keszthely, este palacete menos conocido se siente como un secreto bien guardado. Si alguna vez has querido pasear por la historia húngara a tu ritmo—sin esquivar palos de selfie ni seguir al rebaño de autobuses turísticos—este es el sitio que premia la curiosidad y convierte una escapada en un recuerdo inesperadamente especial.
Lo primero que llama la atención del Festetics-kastély es su elegancia sin pretensiones. Construido a principios del siglo XIX—con las obras iniciadas alrededor de 1815—el palacio fue obra de la influyente familia Festetics. Su apellido aparece por todas partes en la historia húngara, desde mansiones señoriales hasta el apoyo a instituciones educativas y culturales. Pero lo que distingue al palacio de Gálosfa es su escala íntima y cómo se integra, con toda naturalidad, entre árboles, praderas y tierras onduladas. En vez de pedir protagonismo, sus muros pálidos y líneas clásicas parecen una invitación cálida a quedarse un rato e imaginar las vidas que transcurrieron dentro.
Toda casa señorial cuenta una historia, pero aquí los capítulos se sienten especialmente vívidos. La familia Festetics adquirió la finca de Gálosfa a finales del siglo XVIII. Poco después, empezaron a transformar sus tierras en una residencia neoclásica pequeña pero orgullosa, concebida como retiro y como escaparate de su gusto refinado. Se cree que el arquitecto fue el propio Antal Festetics, cuya visión armonizó la compostura formal con la serenidad rural. Al recorrer los pasillos y pasar bajo techos estucados, es fácil imaginar cenas elegantes, conversaciones a la luz de las velas y el eco suave de un piano deslizándose por las ventanas abiertas en las noches de verano.
Hoy, los jardines son un atractivo por sí mismos. El parque que rodea el palacio, sombreado por árboles antiguos, invita a pasear sin prisas. Más cuidado que salvaje, el diseño refleja el gusto decimonónico: praderas amplias, tilos y castaños aromáticos, y senderos que serpentean hacia rincones tranquilos ideales para leer o simplemente soñar despierto. En ciertas épocas, el aire es tan limpio que se oye el zumbido de las abejas y el silbido de trenes lejanos en la línea de Kaposvár, una banda sonora suave para la contemplación.
A diferencia de otros palacios restaurados hasta parecer museos impolutos, el Festetics-kastély se siente vivido, nada impostado. El tiempo y los vaivenes de la historia húngara han dejado huellas—suelos marcados, pintura desvaída y una pátina auténtica imposible de imitar. Esa imperfección le da al palacio de Gálosfa un encanto muy particular. Sentada en un banco de piedra templado por el sol, bajo sus ventanas, casi puedes imaginar a un miembro de la familia Festetics a tu lado, compartiendo un fragmento de historia que se siente personal y, a la vez, universal.
Por supuesto, la historia del palacio no va solo de aristócratas y leyendas familiares. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el edificio tuvo usos muy distintos: desde oficinas del Estado hasta albergue juvenil e incluso hogar para infancia vulnerable. Estas capas de historia siguen flotando en el ambiente, testigos de cómo una gran casa evoluciona con la gente y la política de su tiempo. En ese sentido, el Festetics-kastély habla tanto de supervivencia y vida cotidiana como de bailes y sedas.
Quienes se animan a llegar hasta Gálosfa suelen hablar de su ritmo sereno y sin prisas. Sin multitudes, puedes explorar a tu aire, asomarte por ventanas antiguas o tumbarte en la hierba. El pueblo es diminuto, pero sorprendentemente acogedor: no te extrañe que te inviten al jardín para probar vino casero de frutas o que te soplen algún chivatazo sobre otros tesoros cercanos. En esta parte de Hungría, la hospitalidad no es un espectáculo: es una manera de vivir.
Y si las paredes con historia y los parques arbolados no te bastan, los alrededores tienen más que ofrecer. Gálosfa está muy cerca de Kaposvár, una ciudad con arquitectura de principios del siglo XX y delicias para el paladar. Toda la región está surcada por rutas para bici y senderismo, así que el palacio es un ancla perfecta para una escapada más larga por las colinas de Somogy.
El Festetics-kastély de Gálosfa es ese lugar raro donde la historia parece al alcance de la mano, y donde te dejan a solas con tu imaginación en vez de llevarte en procesión de placa en placa. Si te encuentras en el sur de Hungría, reserva unas horas—o toda una tarde—para dejar que la belleza discreta y las capas de memoria de esta mansión sobria hagan su magia.





