
Hubertus kilátó (que en húngaro significa “Mirador Hubertus”, por si tu húngaro está un pelín oxidado) es de esos lugares que ves de refilón en las guías, pero que solo cobran vida cuando te animas a ir en persona. Escondido entre los bosques verdes y susurrantes de la región de Sopron, se siente como un secreto al que te invitan en cuanto te metes bajo el dosel espeso de los árboles. El camino es suave, acompañado por cantos de pájaros, el crujir de ramitas y esa ilusión de que quizá nadie más conoce exactamente este sendero. Te arropan las colinas ondulantes de los Lővérek, un paraíso forestal que, desde hace siglos, adoran quienes buscan aire puro y un chute de calma natural.
La torre en sí se alza con modestia: no es uno de esos miradores futuristas de acero y vidrio que compiten por el selfie más alto de Europa, y precisamente ahí reside el encanto del Hubertus kilátó. Construida en el año 2000 con alerce envejecido y piedra, y con algo menos de 11 metros de altura, transmite calidez, como si hubiese brotado del bosque en lugar de ser levantada. No es casualidad: sus líneas recuerdan a las torretas de caza, con un guiño a San Huberto, patrón de los cazadores. Al subir los peldaños de madera te acompañan tallas y pequeños recordatorios del vínculo profundo de la zona con la tierra y su fauna. Siempre corre brisa aquí, incluso en días quietos en el resto de Sopron, como si algo te empujara hacia arriba, rumbo a esa plataforma superior llena de vistas.
Cuando sales a la cima entiendes por qué tanta gente, local y viajera, se reserva un rato para esta torre humilde. El panorama te corta la respiración al instante. Las olas verdes de las Montañas de Sopron se pierden en el horizonte y, en los días claros, asoma el mosaico pulcro de los prados austríacos y los tejados adormilados de los pueblos fronterizos camino de Eisenstadt. En esta tierra de frontera cuesta pasar por alto la historia que se ha vivido bajo estos árboles. Sopron fue escenario de un plebiscito clave en 1921, cuando su gente —en plena Europa convulsa— votó por seguir siendo parte de Hungría. Desde la torre casi puedes imaginar aquellos días inciertos, la región entre identidades húngara y austríaca, y el bosque, como siempre, observando en silencio.
El bullicio de la ciudad se queda muy atrás cuando te plantas entre las copas. Si llegas temprano, quizá tengas la torre para ti sola, con la compañía de una ardilla roja o el martilleo lejano de un pájaro carpintero. Si vas al atardecer, el paisaje se vuelve oro y melocotón, y se encienden las luces de la ciudad: momento perfecto para contemplar, o para una story en Instagram. La experiencia es sorprendentemente íntima. Incluso en horas concurridas, el entorno anima a bajar la voz y respirar despacio. Hay algún que otro banco de picnic por si te apetece llevar un termo de café y una pogácsa (ese pastelito salado local, tan hojaldrado como una nube de verano) y quedarte un rato viendo cómo ondula el bosque a tus pies.
Los bosques aquí no solo son bonitos; están trenzados de significado cultural. San Huberto, que da nombre a la torre, no es solo patrón de los cazadores: también se celebra por su vínculo con la fauna y el respeto a la naturaleza. De hecho, la región solía festejar a San Huberto el 3 de noviembre, con caminatas y reuniones en el monte que unían a las comunidades generación tras generación. No vas a tropezarte con ceremonias ancestrales en tu subida, pero sí formarás parte de una tradición viva: el amor húngaro por la naturaleza y la reverencia por lo silencioso. Aquí el bosque nunca es mero telón de fondo.
Llegar al Hubertus kilátó es parte del encanto. Hay varios senderos panorámicos, como la ruta azul desde Károly kilátó o los caminos que serpentean desde Lővér Szálló. En bici también se puede, pedaleando por veredas sombreadas que parecen hechas a medida para el descubrimiento sin prisas. Y si te pierdes con facilidad, tranqui: a los húngaros les encanta salpicar sus bosques con señales útiles, así que nunca estás a más de unas cuantas flechas alegres de tu destino. 🗺️ Por el camino quizá veas setas asomando entre las hojas o escuches a grupos de senderistas locales poniéndose al día.
En conjunto, el Hubertus kilátó es mucho más que una torre con vistas. Es un encuentro con el paisaje, la historia y el latido de los bosques de Sopron. Dedícale un rato, deja que la mirada se pierda hacia Austria y más allá, y verás por qué este mirador —sereno, de madera, eternamente verde— es tan querido por la gente de la zona. No es un “check” en una lista, es un lugar para bajar el ritmo mientras subes los escalones y te vuelves, aunque sea por un rato, parte del propio bosque.





