
Jurisics-vár reposa en silencio en el corazón de Kőszeg, una pequeña ciudad del oeste de Hungría. Es fácil perderse por sus calles antiguas y quedarse sin aliento cuando, de repente, asoman sus murallas robustas contra un telón de colinas boscosas. Aunque muchos visitantes de Hungría corren hacia castillos más grandes y famosos, quienes se desvían hasta Jurisics-vár se encuentran con una atmósfera poco común: parte fortaleza, parte hogar, y por completo atravesada por siglos de historias que moldearon esta frontera entre Hungría y Austria.
La historia del castillo se remonta a finales de los años 1200, cuando se colocaron sus piedras más antiguas. Pero si hay un año que resuena en cada pasillo, es 1532. Ese fue el año de su defensor más célebre, Miklós Jurisics, que reunió a una pequeña fuerza para resistir un enorme asedio otomano. Bajo su mando, alrededor de 700 soldados y vecinos consiguieron mantener la fortaleza durante casi cuatro semanas frente a un ejército atacante que, según se cuenta, sumaba decenas de miles. Fue un acto de resistencia y esperanza que no solo aseguró el castillo, sino que dio tiempo a toda la región para organizar su defensa, dejando a los otomanos frustrados. Nunca conquistaron Kőszeg, y el asedio quedó convertido en una leyenda de Europa Central. Aún puedes intuir esa determinación en los muros gruesos, especialmente en la torre circular más antigua, donde las marcas y reparaciones de la piedra dan testimonio silencioso de cañonazos y flechas.
Aunque Jurisics-vár está para siempre ligado a 1532, su arquitectura ha ido evolucionando. Al cruzar la puerta exterior, los elementos de fortaleza medieval dan paso enseguida a un patio interior barroco más sereno, prueba de las reformas realizadas bajo la propiedad de la familia Jurisics y de la nobleza que vino después. Es una mezcla arquitectónica inesperada: descubrirás portadas góticas que se abren a salas rebosantes de luz y frescos renacentistas decorando muros concebidos para la defensa. Las capas de historia aquí no solo conviven; vibran, y regalan a quienes curiosean una sensación tangible de cómo el castillo pasó de campo de batalla a residencia elegante.
Para las personas amantes de la historia, Jurisics-vár es un tesoro que se vive. Recorre las almenas por donde los defensores se preparaban para el combate, o asómate al museo del castillo, que guarda piezas que van desde armaduras medievales hasta pinturas del siglo XVII. Incluso hay una exposición fascinante sobre la famosa torre del reloj de la ciudad y su ligeramente subversiva “hora de Kőszeg”: cinco minutos por delante de Viena, un guiño cariñoso a la independencia secular del pueblo. Abundan las historias locales, no solo sobre Miklós Jurisics, sino también sobre residentes posteriores, condes austríacos y luchadores por la libertad que marcaron Kőszeg durante el espíritu reformista del siglo XIX.
Pero no todo va de batallas e intrigas nobiliarias. Jurisics-vár también se siente maravillosamente vivido, en parte porque sigue siendo un centro cultural para la ciudad. En verano, la música se derrama por las ventanas abiertas mientras los conciertos llenan el patio, y puede que te topes con un taller artesanal o un festival animado a la sombra de los viejos castaños 🌳. Durante las Jornadas del Asedio, los niños se disfrazan de caballeros, y en las tardes más tranquilas es habitual ver a los vecinos sentados en los bancos donde antes montaban guardia los soldados, poniéndose al día o simplemente tomando el sol.
El pueblo de Kőszeg que rodea el castillo intensifica esa sensación de cuento. Casas de colores pastel se abren desde las puertas de la fortaleza, salpicadas de iglesias, panaderías y un goteo constante de bicicletas. El doble papel del castillo —guardián histórico y lugar de encuentro cotidiano— se refleja en la calidez de la comunidad, algo que cobra vida si charlas con guías locales o te apuntas a un paseo guiado. Incluso la subida a la torre del castillo recompensa con un panorama amplio de tejados, bosques y, en días despejados, los Alpes a lo lejos marcando la frontera austriaca.
Jurisics-vár no es de esos castillos donde llegas, haces una foto y te vas. Te invita a quedarte, a imaginar, y quizá a marcharte con más curiosidad por las vidas que transcurrieron entre sus muros. Cada estación le suma carácter a la visita: la neblina suave de las mañanas de otoño sobre el foso, el estallido de festivales en julio o las sombras alargándose sobre las murallas al atardecer. Venir no es solo tachar un monumento histórico, sino entrar en un pasado vivo, cosido con cuidado al presente vibrante de Kőszeg.





