
La Pécsi Székesegyház, la Catedral de Pécs, es uno de esos tesoros que te sorprenden en el sur de Hungría. Si te pierdes por las calles viejas y empedradas de Pécs, con ese aire romano que aún resuena, acabarás mirando hacia arriba: cuatro torres gemelas que dominan el cielo y el Dóm tér, la plaza de la catedral. Impone por su poderío arquitectónico, sí, pero también porque cuenta mil años de historias. Y olvídate del cliché de “catedral polvorienta”: esta ha sobrevivido asedios, imperios, terremotos y un carrusel de estilos que laten al ritmo de la región.
Al acercarte, el perfil románico te da una pista clara de su pasado profundo. Sus cimientos se remontan al siglo XI y el primer documento que la menciona es de 1064. Aquel primer templo sufrió un incendio durante el Sínodo de Pécs, pero lo que vino después fue una cadena de renacimientos. Cada etapa de la historia húngara dejó su huella: los otomanos que llegaron a usar partes como mezquita, los austriacos, y la era moderna. Esa superposición crea una catedral que se explora como un palimpsesto: las criptas guardan murales y sarcófagos de siglos, susurrando secretos.
Dentro, el frescor te rescata del calor del verano. Arcos solemnes, bóvedas altísimas y paredes cubiertas de frescos te reciben. Gran parte del encanto actual se lo debe a la restauración del siglo XIX liderada por Friedrich von Schmidt, que le regaló la fachada neorrománica entre 1882 y 1891, respetando la esencia románica. Para ser románica, la nave sorprende: más luz, más amplitud, gracias al juego de ventanales y color. La cripta es imprescindible: un mundo subterráneo casi mágico, con tallas en piedra y reliquias que abren una ventana a ritos cristianos y precristianos.
Si lo tuyo es la música, intenta coincidir con un recital de órgano o un concierto coral. La acústica es alucinante: el sonido rebota en la piedra antigua y lo llena todo de un eco vibrante. El gran órgano, uno de los mejores de Hungría, ha marcado generaciones de música sacra. Escuchar a Bach —o a un compositor local— expandirse por una nave milenaria pone la piel de gallina.
Pécs es un mosaico multicultural y la catedral lo demuestra a cada paso. Fíjate y verás ecos bizantinos, otomanos y occidentales: lápidas romanas conservadas en los niveles inferiores, mosaicos delicados brillando sobre el altar. El contraste es precioso, sobre todo en las capillas, donde esculturas góticas conviven con reliquias que sobrevivieron a terremotos e invasiones. Durante el dominio otomano, el edificio sufrió, pero resistió como símbolo de fe y perseverancia. Entre sus muros sientes esa continuidad: no solo de piedra, también de espíritu.
Otra alegría de la Pécsi Székesegyház es la vista desde sus torres. La escalera es estrecha y en espiral, pero arriba te espera un mirador de escándalo: la ciudad de Pécs a tus pies y, al fondo, las colinas de Mecsek. Entiendes por qué aquí la gente lleva siglos levantando y reconstruyendo. Abajo, el Dóm tér vibra con estudiantes, terrazas y viajeros, todos bajo la sombra de esta catedral única.
Como está en pleno corazón de la ciudad, todo te queda a tiro de paseo. Si te va la historia, acércate a la Necrópolis Paleocristiana de Pécs, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Visitarla junto a la catedral te da la foto completa de lo antigua y estratificada que es la vida en Pécs. La catedral no es solo un templo: es cápsula del tiempo, monumento, y escenario de música, arte, fe y el drama de la historia húngara. Desde el amanecer al atardecer, la luz sobre la piedra color miel te pide quedarte un ratito más en la plaza.
Si te apasionan la historia, la arquitectura o esos lugares donde el pasado y el presente se dan la mano, la Pécsi Székesegyház tiene que estar arriba del todo en tu ruta por Hungría. Ninguna foto ni guía transmite lo que se siente al plantarte en su nave resonante, presenciar una boda o un concierto de órgano, ver cómo la luz de la tarde se filtra por las ventanas antiguas y pensar en cuántas vidas han mirado lo mismo antes que tú.





