
Escondida entre las colinas suaves de la Transdanubia meridional, la pequeña localidad de Nagybajom custodia en silencio uno de los tesoros menos conocidos de Hungría: la Sárközy-kúria. Puede que no la veas en folletos brillantes ni encabezando listas de Instagram, pero precisamente por eso merece la desviación. Visitar la Sárközy-kúria es entrar en la trama viva de la historia provincial húngara, donde los muros añejos y las historias susurran ambiciones, tragedias y el pulso cotidiano tanto de la nobleza como de los vecinos. Si alguna vez has soñado con descubrir un lugar sereno y casi intacto por el turismo de masas, esta mansión histórica es tu excusa perfecta para bajar el ritmo.
La mansión Sárközy se remonta a finales del siglo XVIII, con su construcción fechada en torno a 1780. En aquel entonces, Hungría era un mosaico de haciendas nobiliarias, y la familia Sárközy figuraba entre los terratenientes consolidados del condado de Somogy. Al acercarte al edificio, no te recibe la ostentación, sino un encanto contenido: líneas tardo-barrocas, un pórtico amplio y un tejado que parece hundirse (con elegancia, ojo) bajo el peso de los siglos. No es un palacio inmenso: de una sola planta, acogedor más que monumental, luce su edad con orgullo. Desde que los Sárközy se instalaron aquí, conferencias, tertulias y veladas musicales fueron añadiendo capas de cultura a la tranquila vida de Nagybajom.
Dentro, los ecos del pasado son sutiles pero persistentes. Donde esperarías un boato desvaído, aparece una calidez vivida. Estos muros cobijaron no solo generaciones de Sárközy, sino también al célebre poeta húngaro Sándor Petőfi, que, según cuentan, visitó la mansión durante sus andanzas inquietas en la década de 1840. Las propias palabras de Petőfi pintan la región con nostalgia cariñosa, y sentada a la sombra de los árboles del jardín en una tarde de verano, es fácil imaginar a un poeta librepensador garabateando versos mientras cantan las cigarras. La casa conserva varios detalles de época: marcos de ventana originales, una escalera de madera gastada pero digna y chimeneas que en su día templaron a pensadores, artistas y gentilhombres.
También su entorno tiene un atractivo muy especial. Nagybajom no es de esos pueblos asaltados por buses de turistas. Encontrarás calles somnolientas, casitas modestas, vecinos amables y un sosiego contagioso. La mansión se arropa en un jardín tipo parque: nada de parterres para la foto, sino verde que se desparrama y sombras generosas. A primera hora, el rocío se aferra a la hierba; a la hora dorada, la luz se cuela entre árboles vetustos y dibuja filigranas sobre la fachada amarillenta.
Aunque sus dueños originales ya son historia y el siglo XX le trajo muchos capítulos—fue escuela, biblioteca y sede de varios servicios públicos—, la Sárközy-kúria no ha perdido la esencia que le imprimió la familia que la levantó. Hay encanto en el crujido de las tablas, belleza en los muebles ligeramente desparejados que los cuidadores han ido reuniendo, e incluso una continuidad tierna en los escolares que hoy recorren sus pasillos. La atmósfera aquí es distinta a la perfección pulida de los grandes palacios aristocráticos de Hungría; se siente más cercana, más auténtica: un espejo de la historia social y cultural real del condado de Somogy.
Si te gustan los lugares que desvelan su sentido poco a poco—una casa con olor a libros antiguos, ventanas bañadas de sol y glicinas que han visto más de un secreto al oído—, la Sárközy-kúria es un pequeño tesoro. No tengas prisa. Pasea por el jardín, busca tu rincón y deja que el sitio te cale con suavidad. Para la viajera curiosa, respirar el ambiente tranquilo y aprender un poco sobre la filosofía de la vida rural húngara a finales del XVIII y comienzos del XIX puede ser más rico que cualquier visita a un museo. Y si puedes charlar con historiadores o guías locales, hazlo: presumen con cariño del patrimonio de su pueblo y suelen tener historias familiares enredadas con las de la propia kúria.
En un mundo de destinos hipercurados y visitas contrarreloj, la mansión Sárközy es la excepción: una invitación a salir del tiempo, conocer la historia de un pueblo y abrazar la belleza de la imperfección. No hacen falta multitudes, ni fanfarrias, ni grandes dramas. Solo curiosidad y ganas de quedarse un ratito más, y descubrirás que la Sárközy-kúria es de esos lugares que se te quedan grabados, bajito pero para siempre.





