
El Széchenyi-kastély, en el tranquilo pueblo de Fertőszéplak, no es solo otra mansión antigua con muros desconchados y frescos desvaídos. Es un rincón de Hungría donde las historias se esconden tras cada balaustrada, con un aire cargado de recuerdos de una familia cuyo apellido moldea el orgullo nacional. Aquí, entre el silencio del campo y el murmullo suave de la brisa que llega del lago Fertő, te invitan a caminar sobre las huellas de una de las casas más influyentes del país: la familia Széchenyi.
Viajemos a finales del siglo XVIII, cuando el estilo barroco era mucho más que una estética: era una declaración de elegancia y ambición cosmopolita. Fue entonces cuando el conde Zsigmond Széchenyi encargó la construcción de la mansión, eligiendo un paraje escénico que permitiera a sus descendientes vivir en calma y, a la vez, permanecer bien anclados a las mareas cambiantes de la sociedad húngara. Terminada en 1750, la casa es un bellísimo ejemplo de arquitectura de época: alas bajas abrazan un cuerpo central coronado por un frontón discreto, mientras tilos centenarios sombrean la amplia entrada. Pese a las ampliaciones y los toques neoclásicos posteriores, verás que conserva sus proporciones y una grandeza contenida, recordatorio de que los Széchenyi preferían que sus obras hablasen más alto que sus moradas.
Lo verdaderamente especial es cómo la historia viva respira en estos salones. La mansión no fue un decorado para la ostentación, sino el latido de la saga Széchenyi. Y entre sus hijos más célebres—en el sentido más literal—nació aquí, en 1791, un tal István Széchenyi. Apodado “El Mayor de los Húngaros”, su visión transformó Budapest para siempre. Impone (y resulta algo surrealista) imaginar al pequeño István correteando por estos pasillos, ajeno a su futuro como estadista, regulador de ríos y fundador de la moderna Academia de Ciencias. Hoy puedes visitar la misma habitación donde vino al mundo, la cuna de ideas que se expandirían mucho más allá de Fertőszéplak.
A lo largo de los siglos, el Széchenyi-kastély absorbió todas las estaciones de la nobleza rural: banquetes fastuosos, ceremonias familiares, cacerías vivaces por el parque. Más que un bastión de privilegio, fue un centro desde el que la familia gestionaba sus fincas, impulsaba innovaciones agrarias y promovía un fuerte sentido de deber cívico. Al entrar, encontrarás huellas evocadoras de este experimento continuo de vida ilustrada. Las exposiciones actuales suelen destacar el papel de la familia en la construcción de la identidad húngara: manuscritos amarillentos, uniformes, y también una colección más íntima de juguetes, textiles y objetos personales. A veces son las cosas pequeñas las que más resuenan: una carta manuscrita, una tabaquera de plata, el dibujo infantil de hace siglos.
El entorno enamora precisamente por mantenerse auténtico. Fertőszéplak, con su iglesia barroca y los campos mecidos por el viento, sigue relativamente a salvo de la vorágine del turismo masivo. Es un lugar para paseos tranquilos, para contemplar los tilos en flor o seguir el sendero hacia el cercano Parque Nacional Fertő-Hanság. Dicen los vecinos que aún se intuye el espíritu Széchenyi: gusto por la conversación, hambre de progreso y esa convicción de que el hogar y el horizonte siempre deben estar conectados.
Muchos visitantes encuentran aquí una contradicción deliciosa: es una casa señorial, pero se siente cercana y accesible. No te toparás con cuerdas de terciopelo por doquier. En su lugar, la mansión acoge exposiciones de arte, conciertos y encuentros culturales que calientan estos muros antiguos. Si te pica la curiosidad por la vida cotidiana de antaño, pásate por las dependencias del servicio reconstruidas: ofrecen una mirada a un mundo que raras veces iluminan los libros. Sin prisas. Deambula. Detente en el jardín ornamental, exuberante y sereno: pensado tanto para el lucimiento como para el consuelo, invita al ensueño solitario o a la charla pausada.
Aunque muchos llegan por el legado de István Széchenyi, deja sitio para las voces menos conocidas: las mujeres que llevaron la casa en tiempos convulsos, los niños que escribieron diarios secretos cuando todo cambiaba, los trabajadores cuyas manos modelaron la tierra. Esas historias permanecen, esperando a viajeros con ojos atentos y corazón paciente.
En el gran tapiz de la historia húngara, el Széchenyi-kastély de Fertőszéplak ofrece algo íntimo y único: no solo una ventana a la vida aristocrática, sino un archivo vivo de ambición, innovación y felicidades cotidianas. Es de esos lugares a los que vas una vez y recuerdas para siempre—cada vez que oyes el susurro de los tilos o ves invocado el nombre Széchenyi, no solo como historia, sino como una familia cuyos sueños se entretejen con la propia Hungría.





