
El Tisza-kastély de Geszt es uno de esos rincones discretamente magníficos de Hungría que los amantes de la historia y los excursionistas con buen radar deberían apuntar en su lista de imprescindibles. Encajado en las suaves llanuras del este, el castillo se alza rodeado de parques cuidados y de ese silencio profundo que solo se encuentra lejos de las ciudades saturadas de turistas. Su aire sereno y ligeramente melancólico engaña: entre sus muros se escribió todo un capítulo de la historia húngara, dejando huellas que aún guían a los curiosos hasta sus puertas señoriales.
La historia del castillo se remonta al siglo XVIII, concretamente a 1749, cuando fue construido para la influyente familia Tisza. Lo que hace especial al Tisza-kastély frente a tantas otras mansiones es su íntima conexión con parte de la élite política e intelectual de Hungría. En su época dorada, la mansión no fue solo un hogar, sino un centro de grandes mentes, debates apasionados y decisiones que marcaron a la nación. Su habitante más célebre fue, sin duda, Kálmán Tisza, primer ministro de Hungría entre 1875 y 1890; entrar en las habitaciones de crujidos suaves es caminar tras los pasos de un hombre que moldeó la Hungría moderna. La presencia de los Tisza irradia por todo el edificio en fotografías, mobiliario y retratos que nos observan desde las paredes con mirada fija.
A los Tisza nadie les acusó de pensar en pequeño. Su castillo en Geszt creció y cambió al ritmo de la fortuna familiar, con cada generación sumando algo nuevo. Ya en el siglo XIX, se había expandido hasta la silueta armoniosa y clásica que ven hoy los visitantes: muros encalados, hileras de ventanas asomándose al parque antiguo, e interiores inundados de luz filtrada por cristales viejos. Si eres de los que se detienen en los detalles, aquí hay mucho por disfrutar: estucos desvaídos pero hermosos, chimeneas que han presenciado tanta risa como intrigas políticas, y medallones pintados a mano en los techos. Los jardines, antaño meticulosamente diseñados según el gusto de la época, hoy se sienten más como un parque inglés secreto, perfecto para paseos largos y contemplativos.
En Tisza-kastély se perciben dos vidas a la vez. Primero, el escenario público: la historia cargada de títulos, alfombras color borgoña y solemnes discusiones sobre el destino de una nación. Y luego, justo bajo la superficie, el latido más íntimo del día a día en una gran casa familiar. De pie en el ala de la cocina o en el amplio rellano superior, casi se oyen los ecos: la risa de niños durante las cenas formales, el ir y venir del servicio, y los ratos tranquilos robados a la lectura o a la reflexión. Los Tisza, pese a su renombre, vivieron y amaron bajo estas vigas, dejando una sensación viva de sus personalidades que rara vez se conserva en casas históricas.
Lo que realmente distingue al Tisza-kastély de castillos más famosos es su pátina de autenticidad. Las restauraciones han apostado por conservar en vez de “maquillar”, y así te abren la puerta a un espacio donde la edad se lleva con dignidad, no se borra. Los rayos de sol se inclinan sobre las tablas antiguas, y algunas estancias se mantienen suavemente vacías, invitando a que el visitante complete la escena con su imaginación. En uno de los despachos, es fácil imaginar a un joven István Tisza —quien también llegaría a ser primer ministro— trabajando un discurso o inclinado sobre un mapa, completamente absorto en las estrategias políticas que definieron el legado familiar.
Fuera, los terrenos llaman a quien quiere un día más lento y contemplativo. Árboles maduros —algunos centenarios— flanquean los amplios prados, dibujando sombras que se deslizan con ligereza por senderos pisados durante generaciones. Aquí parece que el mundo cambia despacio, si es que cambia: los mismos prados donde jugaron niños del siglo XIX hoy reciben a alguna cigüeña local o a un ciervo despistado. Es imposible no imaginar fiestas al aire libre, carruajes llegando y farolillos colgados entre árboles para celebrar el solsticio de verano.
Aunque hoy el castillo esté tranquilo y reciba apenas un goteo de visitantes, lejos de los “taquillazos” turísticos de Hungría, eso es exactamente lo que hace que una jornada en el Tisza-kastély de Geszt sea tan memorable. Aquí la historia no es una cuerda de terciopelo ni una lista de fechas para pasar por encima. Está presente en el sosiego sutil, en los pasos por el pasillo y en el peso de la madera antigua bajo las manos. Para quienes se animen a salirse un poco de la ruta marcada, este castillo ofrece una invitación rara: reflexionar sobre el pasado de Hungría y, quizá, intuir esos futuros momentos callados y huellas que aún están por llegar.





