
Tűztorony, o Torre Vigía, se alza como el símbolo imprescindible en pleno corazón de Sopron, la “ciudad más leal” de Hungría. Su inconfundible cúpula azul verdosa y su escalera de caracol han visto pasar los siglos desde la plaza mayor, a veces en calma y otras en pleno drama. En un país rebosante de castillos y catedrales, esta orgullosa centinela ofrece un relato histórico sorprendentemente íntimo, que te hace ascender no solo entre ladrillos y piedra, sino también por el espíritu resiliente de la ciudad.
Si te pierdes por el laberinto del casco antiguo de Sopron, aunque sea por casualidad, seguro que acabas a los pies de la Tűztorony. Construida sobre las antiguas murallas romanas, sus orígenes se remontan al siglo XIII, cuando las torres de vigilancia no eran reliquias románticas, sino líneas de vida. Su función principal era exactamente la que su nombre sugiere: ser ojos y oídos de la ciudad, con guardias atentos a incendios, invasores y cualquier atisbo de problemática. Y con las casas medievales de Sopron, apretadas y en su mayoría de madera, la amenaza del fuego no era ninguna hipótesis. No había teléfonos ni bocas de riego, así que, cuando sonaba la campana de la torre, desde el barrendero hasta el noble se ponían en marcha.
La estructura que ves hoy es fruto de reconstrucciones y reinvenciones. Tras el gran incendio de 1676 que devastó la torre y buena parte de la ciudad, las autoridades encargaron lo que vendría a ser el “segundo acto” de la Torre Vigía. Su cúpula barroca en forma de bulbo y su espectacular escalera de caracol fueron obra de Carlone y Károly Höger, nombres que los historiadores locales pronuncian con respeto. Fíjate en ese reloj deslumbrante: marca las horas y las hace sonar desde 1895, y de algún modo, ese tañido fiable se siente a la vez antiguo e inmediato.
Subir los 200 crujientes peldaños de madera es mucho más que quemar calorías: es un curso acelerado de historia local. A medida que trepas en espiral, pasas por pequeñas exposiciones llenas de reliquias curiosas, mapas y hasta algunos uniformes maltrechos que parecen listos para su propio desfile. Entre las hornacinas, textos breves relatan hazañas de vigías que salvaron Sopron del desastre y, si aguzas el oído, quizá escuches el eco de las campanas urgentes que en su día movilizaban barrios enteros. La mejor recompensa te espera arriba: un balcón circular al aire libre que regala una vista de vértigo y piel de gallina. Desde aquí, el revoltijo de tejados medievales, los viñedos lejanos y las colinas austríacas se integran en esa sensación antiquísima de estar sobre una línea del tiempo viva y palpitante.
Lo que hace especialmente cautivadora a la Tűztorony es cómo se entreteje con la vida cotidiana de la ciudad moderna. Los fines de semana, las parejas de boda se reúnen bajo sus arcos para fotos de buena suerte, y en diciembre toda la zona se enciende con luces festivas y el aroma de vino caliente que asciende desde el mercado navideño. También es un excelente punto de orientación: los locales se guían por su silueta inconfundible y los visitantes vuelven sobre sus pasos desde pastelerías o conciertos. Un detalle divertido: la torre se alza justo sobre la antigua “puerta de la lealtad” de Sopron, que conmemora el célebre referéndum de 1921 cuando los vecinos votaron por seguir siendo parte de Hungría. Literalmente pasas bajo un monumento al orgullo cívico cada vez que cruzas.
A los amantes de la historia les encantará detectar cómo la torre mezcla tantas influencias: cantería medieval con toque barroco, arcos góticos y vestigios de las murallas romanas. Y quienes buscan historias no deberían irse sin preguntar por la leyenda del “campanero invisible” que, según algunos, ronda las estancias superiores, un personaje travieso que se asegura de que el fuego no se olvide ni en tiempos tranquilos.
Visitar la Tűztorony no es para tacharla deprisa de una lista. Dale su tiempo. Quédate abajo e imagina a los vigilantes escudriñando el horizonte, o asómate arriba con el viento en la cara, pensando en todos los amaneceres, emergencias y días de mercado que ha presenciado la vieja campana. Este es el latido de Sopron, firme por encima de siglos de cambio: un lugar donde el paisaje y la línea temporal se apilan bajo tus pies, y cada peldaño revela una nueva perspectiva, un nuevo instante, un nuevo motivo para volver.





