
El Bajor Gizi Színészmúzeum es ese lugar donde el drama y la vida real se cruzan, a veces en las mismas habitaciones donde se susurraban secretos y aún resuena el eco de los aplausos. Lo encontrarás en una zona residencial tranquila de Budapest, en una villa preciosa que consigue ser majestuosa y acogedora a la vez. Solo el barrio ya merece el paseo: calles arboladas, jardines serenos y esas casas elegantes, un poco desvaídas, que te invitan a bajar el ritmo. Pero al entrar, es la historia de la casa y de las personas que la habitaron lo que de verdad se convierte en protagonista.
La villa perteneció a Gizi Bajor, una de las grandes estrellas húngaras del siglo XX. Si imaginas una Greta Garbo a la húngara—un poco de misterio, muchísimo talento y un final trágico—vas bien encaminada. La casa todavía respira, en silencio, su carisma. Bajor fue tan parte de la edad dorada del teatro húngaro como la niebla otoñal del Danubio: omnipresente, inevitable y cargada de atmósfera. Vivió aquí desde finales de los años veinte hasta su muerte prematura en 1951.
El escenario no puede ser más auténtico. Las estancias se conservan tal cual cuando Bajor las llamaba hogar: salones en penumbra, un pasillo vestido de terciopelo y fotos antiguas, la biblioteca donde garabateaba notas en los guiones. Empiezas a ver el teatro no solo como algo que ocurre bajo focos ardientes, sino como un ser vivo, tejido en la rutina. Hay trajes originales, con pedrería y hilos de color, de esos que te hacen desear una excusa para ponerte una capa de plumas. El museo exhibe atrezos curtidos por el tiempo, fotos sinceras de ensayos y cartas entre actores, dramaturgos y la propia Bajor. Si te fascinan las historias personales, es difícil no dejarse arrastrar por el drama que se cocía entre bambalinas.
Dos plantas están dedicadas a distintas facetas de la historia del teatro húngaro, sus personajes y rarezas. Hay una exposición permanente sobre Gizi Bajor y muestras temporales frecuentes que iluminan a otras estrellas, directores y la trastienda de la escenotecnia. Impresiona descubrir lo rico que es el tejido teatral húngaro, con capítulos que van desde el esplendor austrohúngaro, pasando por el nervio de la posguerra, hasta hoy. A veces te cruzas con grupos escolares probándose vestuarios; otras, subes sola por la escalera que cruje, pensando en esas fotos de actores con muecas pintadas y pelucas imposibles.
Más allá de los objetos, hay algo intangible que hace único al Bajor Gizi Színészmúzeum: una devoción profunda por el arte y por quienes lo crean. El equipo es famoso por su generosidad con anécdotas y respuestas, y a veces hasta abren puertas a cuartos secretos llenos de rarezas: cajas de gemelos de ópera, apuntes manuscritos, recortes de prensa de estrenos casi olvidados. Aunque no leas húngaro, se entiende muchísimo en las miradas de las fotos, en las puntadas a mano de un traje, en el brillo de los tarros de maquillaje sobre una mesa de camerino.
Este museo suele pasar desapercibido para quienes se van directos a los palacios y balnearios de Budapest, pero ofrece otro tipo de inmersión. Si te atrae mínimamente el teatro, la historia o las rutinas de los artistas, hay verdadera magia en seguir las huellas de Gizi Bajor por su antigua casa. Es una cápsula del tiempo en tamaño bolsillo donde no solo te topas con objetos, sino con siglos de narraciones—como si el telón se alzara cada vez que entras en una nueva habitación.





