
La capilla de Becket Szent Tamás, escondida en la tranquila ladera norte de la Colina del Castillo de Esztergom, es de esos lugares que te invitan a quedarte un rato, no solo por su historia fascinante, sino por esa calma curiosa que se posa sobre sus modestos muros de piedra. Da un pequeño subidón saber que estás ante uno de los primeros ejemplos de capillas góticas inglesas en Europa Central, levantada en honor a Thomas Becket. Sí, ese mismo San Thomas Becket —el arzobispo asesinado en la Catedral de Canterbury en 1170— cuya historia resuena desde los prados ingleses hasta el corazón de Hungría. Subes los peldaños antiguos y te falta el aire no solo por la cuesta, sino por la sensación tan palpable de pasado que se acurruca en la piedra.
Nada más llegar, notas que la capilla no busca protagonismo. Semienterrada, parece que guardara sus propios secretos, invitándote a acercarte y descubrir. La arquitectura es una pequeña maravilla: arcos apuntados del primer Gótico, pilares sólidos y elegantes, y restos de policromía que un día llenaron de color el espacio sagrado. Lo alucinante es su antigüedad: los historiadores sitúan la construcción entre 1180 y 1200, apenas unos años después del martirio de Becket, que encendió la imaginación de toda Europa. Peregrinos, vecinos y reyes pasaron bajo ese mismo techo, rozando las mismas piedras labradas. Hay algo muy humano en eso, una camaradería silenciosa que cruza los siglos.
Mientras te quedas un rato dentro, la mente se te va a los vínculos anglo-húngaros de la época. Béla III, rey húngaro educado en la corte real francesa, era un cosmopolita de libro; nada raro que quisiera dejar huella levantando aquí un santuario a Becket, un santo inglés canonizado casi al instante tras su muerte y famoso por negarse a poner la voluntad del rey por encima de la Iglesia. El culto a Becket se propagó por la Europa medieval como la pólvora, y apostar por una capilla que rompía con la tradición local para abrazar el estilo inglés fue un guiño alegre entre política y devoción. Es muy probable que canteros ingleses metieran mano en las nervaduras y la talla, una colaboración amistosa hecha piedra.
Entra en el interior fresco y tenue y déjate llevar por las historias acumuladas. Nobles buscando consejo, gente del común encendiendo velas por los suyos, sacerdotes diciendo misa a la luz temblorosa de las antorchas. Con el tiempo, la capilla se perdió bajo capas de olvido, cubierta y desaparecida, hasta que arqueólogos del siglo XX la sacaron a la luz. Lo que emergió fue un trocito de pasado sorprendentemente bien conservado: tallas ya suavizadas por el uso, bases de antiguos muebles litúrgicos, incluso huellas del viejo altar. El ambiente es único; sí, sereno, pero también cargado con el peso —y el encanto— de los siglos.
Cuesta salir de la capilla de Becket Szent Tamás y volver al exterior sin sentirte más conectada con el fluir de la historia, o sin pensar en lo curioso que es que ecos de la lejana Inglaterra acabaran tallados en la ladera de Esztergom. Si eres de las viajeras que disfrutan con un poco de misterio, que encuentran magia en el cruce de culturas y en esas historias improbables que sobreviven a las mareas del tiempo, esta diminuta capilla gótica es tu invitación a parar, respirar el polvo de las edades y pensar en todas las pisadas que llenaron este espacio humilde antes que las tuyas. No tiene las colas ni la grandiosidad de la catedral principal cercana, pero sí algo más íntimo, más reflexivo, y totalmente digno de buscar. Un recordatorio suave de que, viajando, a veces las puertas menos obvias llevan a los hallazgos más ricos. 🏰





