
Borsos Miklós Emléklakás, escondido en una calle tranquila de Győr, es un tesoro inesperado para quien sienta curiosidad por la escena del arte moderno húngaro—o simplemente busque un espacio íntimo, preservado con mimo, que rebosa historia y creatividad. Incluso antes de cruzar el umbral, te envuelve una sensación de cercanía, como si entraras no solo en la casa, sino también en la mente y el corazón de uno de los artistas más silenciosamente influyentes del país. No atrae multitudes como las grandes galerías o museos, y ahí está parte de su encanto: aquí el ritmo es pausado. No vienes solo a mirar, sino a quedarte un rato, a escuchar las historias que susurran las herramientas, las texturas y las fotografías.
Miklós Borsos (1906–1990) es quizá más conocido como escultor, aunque su huella creativa alcanza también la pintura y las artes gráficas. Nacido en Nagyszeben (hoy Sibiu, Rumanía), Borsos pasó gran parte de su vida entretejiendo motivos nacionales húngaros, simbolismo religioso y líneas modernistas sobrias. El apartamento conmemorativo, al que se mudó en 1979, preserva no solo su espacio de trabajo personal, sino también la atmósfera que alimentó décadas de exploración artística. Hay algo profundamente conmovedor en ver las herramientas del artista dispuestas tal y como las dejó: martillos bien usados, bloques a medio tallar, pinceles salpicados—todos listos para retomar una obra que parece a punto de continuar.
Lo que distingue al Borsos Miklós Emléklakás de otros memoriales de artistas es precisamente esa sensación de pausa, más que de cierre. El salón, el estudio y el taller se han dispuesto con una fidelidad cuidadosa a la forma en que Borsos prefería trabajar y vivir. Sus cuadernos de bocetos descansan junto a la lámpara del escritorio, con márgenes llenos de ideas rápidas para relieves o diseños de medallas. Las vitrinas muestran pequeños bronces y estudios en cera, junto a recuerdos más personales: fotos familiares, postales del extranjero, correspondencia de colegas. Casi puedes sentir el pulso de sus días: una mezcla de soledad, destellos de inspiración y el peso de la tradición.
Al recorrer estas estancias, notarás el diálogo entre las numerosas influencias de Borsos. Resuenan ecos de la estatuaria clásica en las formas orgánicas que modelaba, pero también aparecen destellos de tradiciones populares—un motivo tallado en madera, un pájaro recurrente. Las notas explicativas (a veces mecanografiadas en papel amarillento, a veces manuscritas) dan pistas sobre las inspiraciones y decisiones que moldearon obras concretas. Cajones y estantes parecen flotar en una tensión suave: orden meticuloso aquí, y allá, el encantador desorden de la creación verdadera. La sensación no es la de un museo estático, sino la de una mente en movimiento.
Lo más gratificante es lo accesible que se siente el espacio. A diferencia de las grandes instituciones, donde a veces las obras maestras se perciben lejanas o inalcanzables, la Emléklakás te permite estar codo con codo con trabajos en proceso. Si te intriga el “cómo” y el “por qué” de la escultura—las maquetas de barro rugoso, las herramientas adaptadas a manías personales, las muescas y reparaciones diminutas—aquí nada se esconde tras el cristal. Las personas voluntarias y el personal saben mucho y están encantados de contar historias sobre la etapa de Borsos en Győr, profundizando en su papel como profesor, mentor y defensor de las artes húngaras más allá de la capital.
Una de las alegrías sutiles de visitar el Borsos Miklós Emléklakás es, sencillamente, la sensación del tiempo que ofrece. Aquí, la historia no es una época distante que estudiar, sino una realidad vivida en la que te puedes apoyar y habitar. Ya seas amante del arte, historiadora de corazón o alguien que disfruta mirando el mundo con los ojos de otra persona, esta visita es una invitación suave a parar y conectar con el espíritu del hacer que siempre permanece donde la creatividad floreció.





