
El Deák Téri Evangélikus Gimnázium descansa en silencio en el corazón palpitante de Budapest, justo en la bulliciosa plaza de Deák Ferenc tér. Es fácil pasar frente a su fachada solemne y perderse las capas y capas de historia que susurran detrás de esos muros robustos. Pero si te acercas un poco, descubrirás que esta joya con aire de UNESCO es mucho más que un instituto: es un cruce de caminos de historias, fe e identidad en un país que ha visto de todo, de los Habsburgo al heavy metal.
Sus raíces se hunden en el siglo XIX. La escuela se fundó en 1864, cuando la ciudad vivía un cambio enorme y en Pest flotaba el aroma de la reforma. El luteranismo en Hungría, siempre algo más silencioso que su primo católico, cobró un impulso valiente con la creación de este gimnasio. Desde sus primeros días, el Deák Téri Evangélikus Gimnázium fue un santuario para la ambición académica y la libertad religiosa, un lugar donde el alumnado se peleaba con lenguas clásicas y ciencia moderna bajo la sombra de un campanario. Su nombre, en honor a Ferenc Deák—apodado el “Sabio de la Nación” y uno de los grandes estadistas húngaros—es tanto un gesto de respeto como una pista sutil: al cruzar el umbral, entras en un espacio donde todavía remolinan las corrientes intelectuales y espirituales del pasado.
Al recorrer sus pasillos hoy, quizá escuches el repique impaciente de campanas o las risas en el patio, pero si cierras los ojos casi puedes sintonizar otra frecuencia: el eco de reformistas debatiendo filosofía, docentes compartiendo sabiduría a la luz temblorosa de las velas, estudiantes huyendo de exámenes o de las tormentas del mundo exterior. El edificio equilibra tradición y utilidad: lleva la edad con gracia, con paredes vestidas de placas y retratos que cuentan la historia de generaciones que cruzaron sus puertas. La capilla sigue siendo el corazón sagrado, con vidrieras que se encienden al sol la mayoría de los días, y donde, durante décadas, incontables voces se han unido en himnos y promesas solemnes.
Quizá lo más fascinante del Deák Téri Evangélikus Gimnázium es cómo sigue respirando en el Budapest contemporáneo. En el caos de un día laborable, el alumnado se derrama hacia la ciudad, libros bajo el brazo, recordándonos que esto no es un museo (aunque a veces lo parezca), sino una fragua activa del futuro de la ciudad. Las tradiciones persisten: fiestas anuales del colegio, ceremonias a la sombra de la iglesia luterana, y la huella indeleble de exalumnos notables como Gyula Illyés, el célebre escritor, y Zoltán Kodály, compositor y educador (ambos con momentos formativos aquí). Se dice que entre estos muros quizá te cruces con la próxima gran poeta, científica o revolucionaria de la ciudad.
A quienes visitan les sorprende el contraste: fuera, el mundo acelera, los tranvías tintinean y las cafeterías rebosan; dentro, el ritmo baja y la historia parece exhalar. No hace falta ser luterano ni húngaro para sentir la conexión: esa intuición de que aquí la vida, el aprendizaje y la fe se entrelazan de una forma potente y discretamente emocionante. Dedica unos minutos a admirar los detalles del edificio, asómate a la capilla o simplemente siéntate en los escalones a ver desplegarse el Budapest moderno. En una ciudad repleta de vistas más grandilocuentes, el Deák Téri Evangélikus Gimnázium ofrece algo raro: la memoria viva del pasado, todavía moldeando el presente.
Así que la próxima vez que te encuentres en la vibrante encrucijada de Deák Ferenc tér, no te quedes sólo con los tranvías ni con las agujas de las iglesias: deja que la curiosidad te lleve al instituto luterano más antiguo de Hungría. Dentro de esos muros de piedra late una historia íntimamente tejida al tejido de Budapest, lista para quien decida bajar el ritmo y escuchar.





