
La Sinagoga de la Calle Dohány se alza en el cruce entre la historia, la fe, la arquitectura y la energía urbana del bullicioso barrio de Erzsébetváros, en Budapest. Al doblar por Dohány utca, te recibe una ola de piedra dorada, franjas neomoriscas y cúpulas cebolla que se elevan hacia el cielo—no es exactamente lo que la mayoría espera de una sinagoga. Pero justo eso la hace inolvidable. Construida entre 1854 y 1859, fue concebida por el arquitecto Ludwig Förster, que tomó prestados motivos de las tradiciones morisca y bizantina, creando algo tan singular como la propia Budapest. Sus torres gemelas, los rosetones ornamentados y los arcos de herradura podrían confundirse con los de una gran sala de conciertos, de no ser por los motivos recurrentes de la Estrella de David.
Entra y la sensación de asombro se intensifica. La vasta nave, con sus galerías doradas y su fastuoso órgano (que llegó a tocar un joven Franz Liszt), transmite lo que aspiraba la vida comunitaria judía del siglo XIX: integrarse sin perder la tradición. El espacio puede albergar unas 3.000 personas, lo que la convierte en la segunda sinagoga más grande del mundo, solo por detrás del Temple Emanu-El de Nueva York. La luz que atraviesa los vitrales de colores se refleja en delicadas hojas de oro—una ornamentación que refleja la confianza de la comunidad judía de Budapest a finales del siglo XIX. Förster creía que la arquitectura debía unir visualmente a las personas, así que también verás elementos asociados a las basílicas cristianas, insinuando diálogo más que división.
Sin embargo, el esplendor de la Sinagoga de la Calle Dohány convive con historias agridulces. En su jardín se encuentra el Parque Conmemorativo Raoul Wallenberg y las sobrecogedoras ramas metálicas del Árbol de la Vida: un sauce llorón cuyas hojas llevan grabados los nombres de miles de víctimas del Holocausto. Es también la única sinagoga del mundo cuyos terrenos albergan un cementerio: durante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, el Gueto de Budapest cercó a sus residentes, y más de 2.000 personas que perecieron fueron enterradas aquí. Al caminar bajo los árboles, es imposible no sentir una mezcla poderosa de pérdida y resiliencia, grabada de forma única en esta sombra tranquila a pasos del centro frenético.
Conectado a la sinagoga está el Museo Judío Húngaro, construido en el solar donde nació Theodor Herzl, fundador del sionismo moderno. La colección es una mezcla siempre sorprendente: rollos de la Torá, vibrantes objetos festivos, textiles y cartas personales que recorren siglos de alegrías y luchas cotidianas. Las exposiciones temporales revelan rincones curiosos del pasado judío de Budapest—tostadores de café kosher, salones literarios y música que antaño llenaba los cafés cercanos.
Visitar la Sinagoga de la Calle Dohány es mucho más que tachar un lugar en tu lista; es bucear en el alma estratificada de Budapest. Algunos días, el aire vibra con canto litúrgico o con la risa de niños en excursión escolar. Otros, puedes encontrar un momento de calma en un banco, con la luz del sol filtrándose por las vidrieras. La gente local suele decir que el corazón de Budapest late un poquito más deprisa aquí—no solo por lo que se perdió, sino por todo lo que aún perdura. Ya vengas por el prodigio arquitectónico, por los memoriales conmovedores o por el simple impulso de deambular, este es un lugar donde la historia no susurra: canta.





