
Puede que Kapuvár no suene en la lista de imprescindibles de todo viajero por Hungría, pero escondido en esta ciudad discreta y con encanto hay un lugar que despierta curiosidad: el Esterházy-kastély, o Palacio Esterházy. No es uno de esos iconos barrocos grandilocuentes y mil veces fotografiados; es una pieza más íntima y sugerente del rompecabezas aristocrático húngaro. Al acercarte, verás algo refrescantemente sencillo: una historia de sofisticación noble entrelazada con la vida de un pueblo, de esas que se saborean mejor de cerca. Vamos a entrar y mirarlo con calma.
La familia Esterházy, para quienes disfrutan rozarse con la historia, fue protagonista en Hungría desde el siglo XVII. Famosos por su mecenazgo artístico, sus vastas propiedades y su papel central en la política nacional, su influencia es difícil de exagerar. Y aunque su nombre suene sobre todo por el fastuoso palacio de Fertőd —el “Versalles húngaro”—, la residencia de Kapuvár cuenta una historia más callada, pero igual de sugerente. El castillo se remonta al siglo XVI. La estructura que vemos hoy fue tomando forma con los años, testigo de una historia húngara intensa, siempre bajo la mano constante de los Esterházy.
Una razón para venir hasta aquí es el contraste con otras residencias aristocráticas más ostentosas. El Palacio Esterházy de Kapuvár no es solo un museo: en distintos momentos fue hogar familiar, finca rural y, durante la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, institución pública, sobreviviendo a todos los vaivenes. Cuando cambiaron los tiempos, el palacio se adaptó. Por eso lo que ves hoy es una capa sobre otra: huesos renacentistas, pinceladas barrocas, reformas prácticas posteriores y la sensación vivida de un lugar que nunca perdió su vínculo con el pueblo.
Paseando por los jardines, todo se siente a escala humana. No son inmensos, pero sí verdes y acogedores, con árboles veteranos y parterres bien pensados. Hay algo hipnótico en mirar las fachadas claras y suaves e imaginar tardes con carruajes sobre la grava, o noches de candelabros encendidos en reuniones familiares. Dentro, las salas nobles conservan restos de su antiguo esplendor: paneles de madera, techos decorados y detalles evocadores. En lugar de interminables galerías abrumadoras, aquí los espacios se sienten personales.
No te extrañe cruzarte con el nombre de Pál Esterházy durante la visita; sus aportes a la cultura y la política húngaras fueron enormes, y marcaron la fortuna de la ciudad en el siglo XVIII. Hay elementos del palacio ligados a su época, y los guías locales suelen compartir anécdotas y pequeñas leyendas transmitidas de generación en generación. En cierto modo, visitar el palacio de Kapuvár es recorrer la memoria del lugar: un álbum vivo donde se entrelazan cuentos del pueblo y legado aristocrático.
El papel actual del palacio suma encanto. A lo largo del tiempo, sus salas han albergado desde oficinas administrativas hasta exposiciones públicas y eventos comunitarios. Si te acercas un fin de semana, quizá te topes con una boda, un grupo de danzas folclóricas ensayando o una muestra temporal de arte enmarcada por muros con siglos a sus espaldas. Para quienes disfrutan de la arquitectura histórica, es un placer escudriñar la mezcla de estilos y materiales: ojos atentos distinguirán arcos de piedra renacentistas junto a marcos de ventana barrocos, recordatorios de que el gusto y el tiempo siempre han ido de la mano aquí.
Pero el gran gusto, para muchos, es no sentirte empujada por un recorrido enlatado. En Kapuvár hay espacio para pasear con calma o charlar con la gente en el café de la esquina. El barrio que rodea el castillo te abre una ventana a la vida cotidiana de la región. A pocos pasos encontrarás una plaza de mercado, callejuelas que serpentean y esas casas burguesas y tiendecitas antiguas que han visto pasar historia. Si te apetece estirar las piernas, el campo se despliega enseguida en humedales y bosques, la cara más suave y discreta del oeste de Hungría.
Si ya tienes tachados los grandes destinos del país, el Palacio Esterházy de Kapuvár te regala una mirada más lenta y suave al legado aristocrático. Recuerda que la historia no va solo de oro y mármol, sino de las personas y las historias que atraviesan lugares como este durante siglos. Aquí no hay multitudes ni cordones rojos: solo corredores tranquilos, una elegancia serena y desvaída, y un mosaico de relatos esperando a quien venga con ojo curioso. Para las amantes del detalle y quienes buscan entender cómo pasado y presente se entrelazan de maneras menos obvias, Kapuvár y su palacio merecen esa escapada fuera de la ruta habitual.





