
El Grassalkovich-kastély de Hatvan es uno de esos tesoros húngaros raros que son a la vez importantes y sorprendentemente accesibles, sin agobios de multitudes ni horarios rígidos de visitas guiadas. Este palacio barroco se alza en pleno corazón de la ciudad, así que si buscas una excursión de un día que combine arquitectura llamativa, historia con matices y una pizca de grandeza cercana, has dado en el clavo. Hatvan está a solo unos 60 kilómetros de Budapest, lo que te permite cambiar el ajetreo de la capital por algo más relajado, pero sin renunciar a la intriga.
Construido a comienzos del siglo XVIII, la historia del palacio está estrechamente ligada a una figura poderosa y ambiciosa: Antal Grassalkovich I. Nacido en 1694, Grassalkovich se convirtió en confidente de la emperatriz María Teresa y sirvió como su chambelán. Su carrera impresionante pedía a gritos una residencia a la altura. Así, entre 1736 y 1742, el palacio que hoy lleva su nombre se levantó sobre las cenizas de una antigua fortaleza turca demolida. Lo diseñó András Mayerhoffer, también responsable del Palacio Grassalkovich en Gödöllő, pero el de Hatvan destaca por su simetría y líneas más limpias, reflejando una fase en la que el barroco empezaba a domesticar sus excesos más teatrales. Hay una leyenda curiosa que cuenta que Grassalkovich detenía su carruaje justo en la mitad del camino entre sus propiedades de Gödöllő y Hatvan, decidiendo según su humor a cuál ir.
La entrada es más acogedora que intimidante: una avenida larga y arbolada te conduce hasta una fachada que equilibra elegancia y contención. Gran parte del barroco húngaro se inclina por los adornos teatrales, pero aquí el enfoque se siente práctico, incluso algo sobrio. Una vez dentro, el palacio te recompensa con salones espaciosos inundados de luz: cada uno parece prometer una historia distinta del pasado colorido de la finca, sobre todo si dejas volar la imaginación. Si te fascina cómo los edificios son testigos silenciosos de tiempos turbulentos, este lugar cumple: sobrevivió a vientos políticos cambiantes, relevos de propiedad, guerras e incluso un periodo como granero y cuartel militar tras la Segunda Guerra Mundial. El palacio llegó al siglo XX muy deteriorado, pero la restauración del XXI le devolvió su espíritu original sin borrar las capas de su pasado.
Quizá lo más sorprendente del Grassalkovich-kastély hoy es lo acogedor que resulta para visitantes de todas las edades. En lugar de silencios solemnes y cordones de terciopelo, la planta baja vibra con exposiciones interactivas, incluido un juego para rastrear leyendas locales y una inmersión en la célebre tradición húngara de la caza. También hay un espacio dedicado a la innovación tecnológica, un guiño al vínculo de Hatvan con la industria electrónica. Estos recursos modernos y prácticos no restan historia; la acercan. Mientras caminas por los salones nobles, puedes toparte con relatos multimedia sobre la familia Grassalkovich, documentos originales en vitrinas e incluso una mirada a la vida cortesana a través de realidad virtual.
Y no te saltes los jardines: están impecablemente cuidados y son perfectos para un paseo tranquilo o un picnic improvisado. El parque del palacio mezcla céspedes bien peinados con árboles veteranos que llevan siglos custodiando la finca. Siéntate en un banco de piedra o sobre la hierba, cierra los ojos y casi oirás los carruajes traqueteando por la entrada, las risas de invitados elegantes en bailes de verano y, a lo lejos, los cuernos de caza: el pasado no está tan lejos como crees.
Si viajas con peques, buenas noticias: el conjunto incluye un centro de ciencias lúdico y un pequeño jardín de animales, combinando aprendizaje y diversión. Pero también para quienes van solos o en pareja, el palacio se va revelando por capas, ya te llame la atención la arquitectura barroca, te intrigue el laberinto dinástico de Europa Central o vayas a la caza de fotos perfectas (hay muchísimas, especialmente bajo los balcones de hierro forjado).
La visita al Grassalkovich-kastély en Hatvan es un descubrimiento sin prisas. No te arrastrarán guías severos. Encontrarás espacio para deambular y tiempo para apreciar los detalles: aquí una piedra tallada, allá un fresco desvaído, o un chisme local escondido en un panel. Es un recordatorio de que la historia en Hungría no siempre va de figuras lejanas y descomunales, sino de lugares reales, gente real y capas esperando ser descubiertas. Así que tómalo con calma, deja que te guíe la curiosidad y mira hasta dónde te llevan los ecos del siglo XVIII.





