
El Iparművészeti Múzeum se alza en el corazón de Budapest como una cajita de joyas esperando a que la abras. No es el típico museo de paredes blancas y silencio sepulcral. En cuanto te acercas al edificio—diseñado por el célebre arquitecto húngaro Ödön Lechner en 1896—te recibe un mosaico vibrante de azulejos vidriados, motivos florales que se enroscan y un tejado verde imposible, obra de la legendaria fábrica de porcelana Zsolnay. Si los edificios fueran trajes, este sería sin duda el pavo real de la fiesta. Y lo más sorprendente es que su brillante fachada Art Nouveau parece más un palacio de cuento que un hogar para sillas, joyas y teteras.
Dentro, tu primera reacción es quedarte boquiabierta ante el gran vestíbulo: una explosión de luz, verdes, amarillos y arcadas, con una forja tan delicada que parece un bosque mágico elevándose hacia el cielo. La sensación es mitad romance folclórico húngaro, mitad fantasía morisca. Es inconfundible, radical y puramente Lechner. Concebido para celebrar la belleza cotidiana y la artesanía duradera, el Museo de Artes Aplicadas tiene una misión ambiciosa: demostrar que el arte no son solo cuadros y esculturas, sino que cuencos, tapices, muebles e incluso cristalería merecen el mismo respeto.
Imagina pasear por salas llenas de muebles Art Nouveau de líneas fluidas, copas medievales y alfombras persas caleidoscópicas. Hay tabaqueras del Imperio austrohúngaro, cofres renacentistas italianos con taraceas exquisitas y cerámicas rococó húngaras. Una galería te transporta al lujo de laca y laurel del París decimonónico, y la siguiente a un conjunto modernista donde las curvas del mobiliario prácticamente bailan a tu alrededor. La colección es realmente global: puedes toparte con azulejos Iznik turcos, porcelana de exportación china o laca japonesa llegada a Europa tras siglos de comercio y fascinación. Incluso si los museos no te mueven demasiado, es difícil no caer rendida ante la mezcla de función, fantasía y estilazo de estas piezas.
El edificio en sí quizá sea su gran obra maestra, un cruce de motivos húngaros y oficios legendarios con influencias potentes del arte islámico, palacios indios y la Bélgica de Victor Horta a principios del siglo XX. La visión de Lechner fue progresista: quería que el carácter nacional húngaro brillara a través de las artes decorativas, pero con una apertura total a las culturas del mundo. Cada sala te da un estado de ánimo y un estilo distinto, haciendo que cada visita sea única. Los mayores pasean fascinados por detalles que recuerdan de las casas de sus abuelos, mientras las personas amantes del diseño suspiran por las joyitas modernistas más raras.
Si tienes suerte y coincides con una exposición temporal, verás la faceta más creativa del museo en acción: diseño pionero, arte textil o incluso joyería contemporánea presentada con montajes ingeniosos e interactivos. El Iparművészeti Múzeum además es sorprendentemente democrático: no tiene ni un pelo de elitista. Grupos escolares charlan animados frente a copas de cristal; vecinas y vecinos vienen a investigar patrones de bordado. Hasta el jardín del museo, frondoso y discreto, es punto de encuentro para familias y fans de la arquitectura que se sientan a dibujar sus detalles fantásticos.
Aunque en los últimos años ha pasado por una gran renovación, con partes del edificio principal restauradas y ampliadas con mimo, el museo mantiene su espíritu aventurero. Sus exposiciones satélite brotan por toda la ciudad, y la institución colabora a menudo con diseñadores y artesanos locales, manteniendo las artes aplicadas como una tradición viva y palpitante. Si estás en Budapest, entra en este palacio luminoso dedicado a la belleza de lo cotidiano: puede que salgas con un nuevo respeto por el arte escondido en las tazas, los textiles y los tejados de azulejos.





