
La Jankovics-kúria, en el encantador pueblo de Szőlősgyörök, es de esos lugares que te roban el corazón sin hacer ruido, casi sin que te des cuenta. Escondida entre las lomas de viñedos ondulantes del condado de Somogy, su historia se estira a lo largo de siglos de vida rural húngara. Pero no hace falta ser una friki de la historia para disfrutar de un paseo bajo sus aleros curtidos por el tiempo; incluso con ojos completamente nuevos descubrirás mil detalles encantadores que hacen de esta antigua casa solariega algo muy distinto a la mansión típica.
La mayoría de las mansiones son famosas por sus grandes bailes o por sus residentes aristocráticos, pero la Mansión Jankovics cuenta una historia más sutil: una mezcla de resiliencia, sabor regional y un toque de grandeza desvaída. Construida a principios del siglo XIX, hacia 1830, fue encargada por la familia Jankovics, parte de la pequeña nobleza húngara, con buen ojo tanto para la belleza arquitectónica como para la productividad agrícola. En aquella época, esta zona de Somogy era remota, cubierta de bosques salvajes y viñedos trabajados a mano, y la mansión no era solo un hogar: era un centro de innovación regional y de vida comunitaria. Si te fijas bien, aún se intuyen los trazos de los jardines cuidadosamente planificados de la finca original y el antiguo granero abovedado que simbolizaba la prosperidad de la zona.
Paseando por su amplia fachada sombreada, notarás cómo el estilo arquitectónico combina tradiciones rurales sólidas con delicados toques neoclásicos. Sus muros gruesos, pintados de un crema suave y rematados por un tejado de aire castrense, transmiten sensación de raíces profundas. Y las ventanas —grandes, arqueadas, dejando que el sol inunde generosamente las estancias— insinúan la vida pasada de la casa como centro de reuniones locales, eventos sociales y encuentros administrativos. Mientras recorres sus terrenos, casi puedes oír el crujir de las ruedas de los carruajes sobre la grava, las risas bulliciosas de las fiestas familiares y el zumbido obstinado de los jornaleros durante la vendimia.
Como en tantas casas nobles de Hungría, el tiempo trajo cambios. Tras la turbulencia que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la Mansión Jankovics compartió el destino de muchas fincas: nacionalización, nuevos usos y, a ratos, abandono. Lo que sobrevivió es un testimonio no solo de la familia original, sino de los vecinos que defendieron discretamente su mantenimiento durante años de prioridades cambiantes y recursos escasos. Que se conserven tanto la estructura como su característico porche redondeado y las suaves pendientes del césped es tanto un pequeño milagro de compromiso local como un golpe de suerte arquitectónica.
Una de las mayores recompensas de visitar la Mansión Jankovics no es solo retroceder a otra época, sino sentir cómo ese pasado se teje sin esfuerzo en el presente. Hoy la casa está en el corazón de la vida comunitaria, acogiendo eventos culturales, exposiciones de patrimonio y —en los días más afortunados— esas reuniones entrañables donde el aroma del pálinka casero se mezcla con la risa y las historias de siempre. No te extrañe que algún vecino te cuente, con orgullo, las tradiciones vinícolas de la zona, o que te topes con una exposición efímera de artesanía que refleja el carácter perdurable del pueblo.
Si te cuelas por los jardines que la rodean, notarás a la vez propósito y silvestre. Nogales viejos, robles robustos y arbustos en flor sombrean senderos sinuosos: un recordatorio vivo de las raíces agrícolas de la finca. En una mañana tranquila quizá veas planear a un cernícalo o escuches el cri-cri de los grillos entre la hierba alta. La calma soleada parece detener el tiempo. Y si haces una pausa y dejas vagar la imaginación, es fácil visualizar la finca tal como fue: el mayordomo y el ama de llaves ajetreados, la familia llegando desde Budapest para el verano y las tareas perennes del viñedo, el huerto y la cocina trenzándose con el día a día.
El propio pueblo de Szőlősgyörök se siente como una extensión de la historia de la mansión, un lugar donde pasado y presente se entrelazan. Sus calles, salpicadas de casitas alegres y frutales, invitan a pasear sin prisas. Entra en la pequeña iglesia o prueba algún vino local en las bodegas cercanas y encontrarás el eco del mismo trabajo duro y orgullo que sostuvieron a la familia Jankovics. En resumen, aunque la mansión es una reliquia preciosa por sí misma, también es una parte viva y palpitante del pueblo: un espacio donde visitantes y vecinos siguen reuniéndose para disfrutar de los placeres sencillos.
Así que, la próxima vez que busques una joyita escondida al sur del lago Balaton, desvía tu ruta hacia la Mansión Jankovics. Ya sea haciendo fotos bajo los árboles viejos, asomándote por las ventanas a habitaciones frescas y en penumbra, o simplemente empapándote del ambiente relajado y vivido de la finca y su pueblo, sentirás la resistencia tranquila y la vibración suave que han hecho de este rincón algo importante para generaciones. Lo único difícil será despedirse.





