
El Kiscelli Múzeum se esconde en el distrito de Óbuda, en Budapest, como un secreto bien guardado que muchos locales aún no han descifrado del todo. En cuanto asoma su imponente fachada barroca, ya te chiva que el edificio tiene un pasado movidito. Fue monasterio e iglesia en pleno siglo XVIII (allá por la década de 1740), levantado por los monjes trinitarios, y sus muros de piedra cargan siglos de historias. Pero que no te engañe el porte serio: por dentro, el museo vibra con ese punto excéntrico y delicioso tan propio de Budapest.
Una de las cosas que hacen especial al Kiscelli Museum es que no encaja en el molde típico de “museo”. Sí, hay pinturas, esculturas y piezas de época, pero también se siente vivido, como si te colaras en los cuartos privados de una amiga con muy buen gusto. Al recorrer sus salas te topas con la evolución urbana de la ciudad, artes decorativas y reliquias curiosísimas de la historia de la publicidad budapestina. En la colección permanente hay de todo: desde muebles ornamentales hasta rótulos de neón rescatados del skyline. Si disfrutas rebuscando en buhardillas antiguas, aquí te vas a sentir en tu salsa entre tesoros bien mezclados.
Lo que realmente distingue al Kiscelli Múzeum es cómo la historia del propio edificio se entrelaza con cada exposición. Tras quedar en desuso entre los siglos XVIII y XIX, el conjunto pasó en 1910 a manos de Max Schmidt, un fabricante de muebles vienés con buen ojo. Él lo convirtió en casa y escaparate, llenando los salones de interiores ornamentales y detalles decorativos que aún se perciben mientras paseas por sus estancias palaciegas. Más tarde, en 1935, la ciudad de Budapest lo adquirió y lo transformó en un museo dedicado a la historia urbana. Así que, paso a paso, ya sea mirando mapas del viejo Pest o letreros vintage de la ciudad, caminas sobre las mismas piedras que pisaron monjes, comerciantes e industriales.
El punto más emocionante, de esos que ponen la piel de gallina, es la antigua iglesia del monasterio. Es un espacio altísimo y envolvente, depurado hasta su grandeza esencial: ya no es un templo, sino un escenario espectacular para instalaciones de arte contemporáneo y actuaciones vanguardistas. Cuando entra el sol por los ventanales y se ilumina la nave, hasta el visitante más curtido se queda callado un segundo. Da un subidón pensar que, en este santuario barroco del corazón de Hungría, el arte y la historia se mezclan de forma tan imprevisible.
Los exteriores también invitan a pasear sin prisa, sobre todo en primavera y verano, cuando el bosque que abraza el conjunto pone un telón verde y fresco al contraste con la piedra gastada. En los días despejados casi puedes imaginar a los monjes de antaño caminando por los senderos, mirando una Budapest muchísimo más tranquila que la de hoy. A veces el museo organiza conciertos, espectáculos y eventos al aire libre que se derraman por el jardín, dándole otra capa a su identidad ya de por sí ecléctica.
Si te chiflan los museos curiosos, las historias escondidas o simplemente perderte por rincones inesperados de una ciudad, apunta el Kiscelli Múzeum en tu lista de Budapest. No es solo para historiadores del arte: es para cualquiera que disfrute de relatos escritos en piedra, tallados a lo largo de siglos y mostrados con ese encanto, rareza y sorpresas tan típicos de Budapest. No vayas con prisas: regálate un par de horas y saldrás con una experiencia mucho más rica que la visita museística de siempre.





