
Kutyavár—que se traduce con mucha gracia como “Castillo de los Perros”—es una joyita curiosa y medio olvidada en los paisajes bucólicos de Nagyberény, en el condado de Somogy, Hungría. No sale en todos los mapas turísticos ni arrasa en Instagram, pero quienes llegan hasta aquí se van con esa mezcla de sonrisa y extrañeza, y un par de anécdotas raras que contar. Sus orígenes y su función real están envueltos en misterio, y justo ahí está la magia: pasear por Kutyavár se siente como meterse en una leyenda local. Entre la maleza enmarañada, la historia parece mitad real, mitad inventada, alrededor de unas ruinas que no encajan del todo en ninguna etiqueta histórica.
Lo peculiar de Kutyavár es cómo la historia y el folclore se revuelven como un guiso bien hecho. La versión local dice que el “castillo” fue un pabellón de caza levantado a finales del siglo XVIII por el influyente terrateniente Ferenc Festetics; otros susurran que podría remontarse incluso a la ocupación turca en Hungría. En vez de murallas y torreones defensivos, si te acercas verás que este supuesto castillo apunta a algo más humilde: dar cobijo a perros de caza y, probablemente, a sus entrenadores durante grandes batidas. Si la idea de una casona perruna disfrazada de fortín misterioso no te parece ya lo bastante tentadora, las ruinas terminarán de picarte la curiosidad. Muros de piedra desmoronados y arcos a medias, cubiertos de musgo y flores silvestres, le dan un aire de cuento, como si la naturaleza y el tiempo se hubieran confabulado para esconderlo.
Al llegar, notarás que Kutyavár respira calma. Lo rodean campos y bosquecillos dispersos, perfectos para caminar sin prisas y divagar. Con el zumbido de las abejas y, a lo lejos, algún ladrido de perros de granja, es fácil imaginar cómo sería aquello hace siglos: la expectación de una cacería aristocrática, sabuesos olfateando la pista y los gritos de los batidores rebotando en robles viejos. Hoy lo más probable es que compartas el lugar con un perro callejero tomando el sol o una bandada de pájaros. No hay multitudes: en su lugar, flores silvestres asomando entre piedras y la luz colándose a manchas por los cimientos antiguos.
Quienes exploran los restos de Kutyavár suelen hablar de esa sensación de descubrimiento. No hay guías oficiales ni paneles lustrosos: aquí se explora con los pies y con la imaginación. A los niños—y seamos sinceras, a los adultos también—les encanta inventar historias sobre “caballeros caninos” defendiendo su castillo, o sobre aristócratas que premiaban a sus leales sabuesos con los mejores restos y la paja más mullida. El apodo de “Castillo de los Perros” se mantiene con encanto y, pese a su origen prosaico, evoca cierta grandeza. Quienes cruzan el condado de Somogy rara vez se arrepienten del desvío.
Si te atraen las ruinas evocadoras y los relatos a medio contar, Kutyavár recompensa el esfuerzo de encontrarlo. Su encanto está en el lugar y en cómo la comunidad mantiene vivas sus leyendas a medias. Llévate un pícnic, una libreta para dibujar o simplemente siéntate a sentir la brisa pasar por los arcos de piedra. Puede que hasta te topes con algún vecino dispuesto a contarte una historia aún más exagerada sobre los perros que un día “reinaron” aquí. Seas fan de la historia, de la arquitectura o de las aventuras poco convencionales en Hungría 🐕, Kutyavár te invita en silencio a pasear entre lo que queda y dejar que la imaginación haga el resto.





