Lánchíd (Puente de las Cadenas)

Lánchíd (Puente de las Cadenas)
Puente de las Cadenas (Lánchíd), 1849, Distrito I de Budapest: Emblemático puente colgante sobre el Danubio que une Buda y Pest, famoso por su arquitectura histórica.

Lánchíd, también conocido como el Puente de las Cadenas, es mucho más que un cruce entre Buda y Pest; para cualquiera que pasea por Budapest, es como un signo de puntuación urbano, una obra maestra que te obliga a parar, aunque llegues tarde a una reunión o estés a la caza de otro café al otro lado. Construido a mediados del siglo XIX, este elegante puente fue el primer enlace permanente entre las dos mitades de lo que acabaría siendo la capital húngara. Antes, cruzar el Danubio implicaba subir a una barca: pintoresco, sí, pero cero práctico cuando el invierno congelaba el río y dejaba a la gente atrapada en su orilla.

Es imposible hablar del Puente de las Cadenas sin hacer una reverencia a István Széchenyi, aristócrata reformista y a menudo llamado “el húngaro más grande”. Cuenta la leyenda que la idea del puente le prendió después de pasar una semana en 1820 sin poder ir al funeral de su padre porque el río era inaccesible. Peleó con uñas y dientes por una solución permanente y logró convencer a la asamblea nacional. El resultado, diseñado por el ingeniero inglés William Tierney Clark y construido bajo la mirada del escocés Adam Clark (sí, no eran familia, pese a los rumores), se inauguró en 1849, con esa mezcla de Londres y Europa continental: elegante pero resistente.

Al cruzarlo hoy, las miradas se te van a los leones de piedra, guardianes imperturbables que llevan más de 170 años vigilando el tráfico del río. Y sí, desmontando el mito: los leones tienen lengua, solo hay que fijarse. Las cadenas de suspensión y la forja de hierro son un recordatorio de la ambición industrial temprana y de un optimismo que resuena con cada paso y cada timbrazo de bici. En la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán en retirada voló todos los puentes del Danubio, incluido este. En 1949, justo cien años después de su apertura, el Puente de las Cadenas renació, metáfora viva de la supervivencia y la renovación de Budapest.

Pero lo que de verdad hace único a Lánchíd no es solo su historia: es la experiencia de cruzarlo a cualquier hora. Por la mañana, se baña en una luz suave mientras la gente va y viene entre las laderas verdes de Buda y las avenidas bulliciosas de Pest. Al atardecer, las vistas río arriba parecen un lienzo de Turner: el cielo en llamas detrás del Castillo de Buda y el Parlamento húngaro a la orilla. De noche, el puente se convierte en un collar de luces, paseo favorito de románticos y fotógrafos aficionados que se paran a capturar la ciudad reflejada en el Danubio.

Incluso si la ingeniería no es lo tuyo, es imposible no apreciar cómo este puente une no solo una ciudad, sino toda una identidad. A ambos lados estás a pasos de iconos culturales: cruza desde la falda de la Colina del Castillo para llegar al señorial Gresham Palace, o usa el puente como puerta de entrada al laberinto de calles del casco antiguo. En verano, puedes toparte con algún festival, o simplemente con locales descansando en los escalones, tomando el sol y compartiendo el silencio con esos leones de piedra.

Así que, recorre Lánchíd de punta a punta y estarás caminando —literal y metafóricamente— por siglos de triunfos, tragedias y resiliencia. Budapest no sería Budapest sin él, y puede que, al cruzarlo, veas la ciudad con otros ojos.

  • La leyenda del Puente de las Cadenas dice que su ingeniero, Adam Clark, retó a hallar fallos; un zapatero señaló que los leones no tenían lenguas, desatando burlas eternas.


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