
El Magyar Mezőgazdasági Múzeum, encajado en pleno corazón del Castillo de Vajdahunyad en el Parque de la Ciudad de Budapest, no es el típico museo que te imaginas. Olvídate de pasillos asépticos y vitrinas con granos momificados; aquí todo es pura grandiosidad: torrecillas góticas, arcadas de cuento y torreones que se espejan en un lago perezoso. El museo va tanto de atmósfera como de contenido. Al acercarte al castillo imponente te entra esa mezcla de curiosidad y emoción, sabiendo que pisas un capítulo de la historia húngara que marcó su cultura (y sí, también su cocina). No es solo un conjunto de cachivaches agrícolas: es un homenaje al papel vital del campo en la construcción de Hungría desde la Edad Media hasta hoy.
Dentro te reciben salones amplísimos, suelos de madera cálida y el eco suave de otros exploradores. Hay una serenidad peculiar, un hilo directo con siglos de arado, prensado de uva y cría de ganado. El museo se fundó oficialmente en 1896, como parte de las celebraciones del Milenio húngaro por los mil años desde que los magiares se asentaron en la Cuenca de los Cárpatos. ¿La idea? Inmortalizar la relación del país con la tierra. Y se ve en detalle: maquetas de granjas tradicionales, arados antiquísimos, hileras de hoces forjadas a mano, mantequeras y retratos sombríos de agricultores de mirada firme.
Sorprende, para ser un museo de agricultura, lo mucho que habla de innovación y adaptación. Hay espacios dedicados a los famosos vinos de Tokaj, a la transformación de la “Revolución Verde” y al desarrollo de la cría de caballos en la Puszta. No te saltes la sala de silvicultura y caza, con cornamentas montadas que te hacen pensar en lo entrelazadas que están las costumbres rurales y los entornos naturales. Una de mis partes favoritas explica la domesticación del trigo y cómo científicos húngaros contribuyeron a la genética vegetal: fascinante incluso para quien no es nada de botánica. Los dioramas —bodegas antiguas, cocinas de granja reconstruidas— le insuflan vida al pasado. No cuesta imaginar el murmullo de las fiestas de la cosecha vibrando por estos pasillos hace cien años.
Para peques también hay plan: pantallas interactivas y herramientas para tocar y aprender. Con suerte, los fines de semana pillas talleres artesanales que rescatan tradiciones olvidadas: talla en madera, elaboración de queso, y a veces demostraciones de apicultura en el jardín. Por cierto, cada ventana enmarca vistas de postal. No extraña que Ignác Darányi, ministro de Agricultura y uno de los cerebros detrás del proyecto, insistiera en que esto fuera mucho más que un almacén de piezas.
El entorno del museo merece capítulo aparte. Más allá de las salas, date un paseo por el Castillo de Vajdahunyad. Este camaleón arquitectónico —inspirado en varios edificios de toda Hungría— combina estilos románico, renacentista y barroco como si nada. Y como el famoso Balneario Széchenyi está a la vuelta de la esquina, puedes rematar la visita con un buen baño caliente, sabiendo que acabas de recorrer un pilar de la identidad húngara.
Una tarde en el Magyar Mezőgazdasági Múzeum es un viaje suave en el tiempo: una inmersión en cómo la gente, la tierra y las estaciones han moldeado —y siguen moldeando— el carácter de Hungría. Es una joya inesperada que, curiosamente, puede dejarte con morriña de un hogar que nunca supiste que tenías.





