
Si te pillas paseando por el corazón de Budapest, tarde o temprano la majestuosidad del Castillo de Buda te va a llamar desde su atalaya con vistas al Danubio. Y aunque el castillo ya es una joyita arquitectónica por sí solo, guarda un rato para entrar en la Magyar Nemzeti Galéria—o, para la mayoría de angloparlantes, la Galería Nacional Húngara. Es un buceo directo en el alma visual de Hungría, con todo: desde trípticos medievales hasta vanguardias de posguerra. Si sientes aunque sea curiosidad casual por el arte—o simplemente te apetece ver qué valora este país en pinceladas y escultura—este es tu sitio.
La Galería abrió oficialmente en 1957, con la idea de reunir bajo un mismo techo lo mejor del arte húngaro. Antes, las obras estaban desperdigadas por varias instituciones, pero como el Castillo de Buda acababa de renacer tras los destrozos de la Segunda Guerra Mundial, parecía lógico (y súper atmosférico) albergar la colección aquí. Al recorrer sus salas resonantes, sientes que edificio y tesoros han sobrevivido siglos de turbulencias, cambios y renacimientos—un espejo de la historia larga y retorcida del propio país.
A diferencia de muchos museos modernos que te bombardean con cubos blancos, aquí no. Las alas del castillo que acogen la Magyar Nemzeti Galéria te deslizan entre columnas gruesas y escalinatas de mármol, un escenario grandioso para lienzos y esculturas que, en muchos casos, cambiaron el curso del arte húngaro. Hay especial mimo por los siglos XIX y XX, época de construcción nacional y de innovación inquieta. Te cruzarás con nombres como Mihály Munkácsy—el pintor valiente de lienzos históricos gigantes, de esos que te frenan en seco—y Tivadar Csontváry Kosztka, cuyas obras rozan lo visionario y surreal. No te pierdas su famoso “Lonely Cedar”: los colores y la composición delatan una mente a otro nivel.
Lo que hace la visita aún más potente es cómo tantas obras reflejan la historia convulsa de Hungría. Las colecciones son un repaso de identidades cambiantes, ocupación y liberación, tragedia y esperanza desbordante. Alucina con el arte religioso y los retablos alados góticos y renacentistas, tallados con delicadeza, que sobrevivieron a los embates de las eras otomana y de los Habsburgo. Déjate envolver por los retratos y paisajes del XIX—hay cielos sombríos y campesinos en sombra suficientes para competir con Rusia o Francia, pero siempre con un giro húngaro inconfundible.
Si te tira más la modernidad, te engancharán las salas dedicadas a la innovación de principios del XX, con aportes húngaros al Expresionismo, Cubismo y Surrealismo. Fíjate en las obras de Béla Czóbel y Lajos Kassák, que abrieron camino pese a la agitación política y la guerra. Las galerías de posguerra laten con audacia de la era comunista, subversión y protesta en clave: imperdible si te intriga cómo los artistas encontraron formas de decir mucho cuando las palabras eran peligrosas.
Más allá de las exposiciones, las vistas desde las terrazas del castillo ya justifican la subida. Pero ya que estás dentro, no pases de largo por los pasillos con ventanales: panoramas de Pest y el Danubio enmarcados como postales vivas. En un día laborable tranquilo, quizá te encuentres prácticamente a solas con obras poco concurridas, y el silencio añade magia a la visita. De finales de primavera a otoño, el museo suele montar temporales que dan voz a nuevas miradas o revisan clásicos con chispa. Echa un ojo a la agenda si quieres pillar algo especial.
En resumen, la Magyar Nemzeti Galéria es de esos lugares donde el tópico “el arte da vida al corazón de una nación” se queda cortísimo. Ya sea para seguir la evolución de una cultura o para regalarte una tarde de inspiración, este rincón escondido en el Castillo de Buda ofrece la dosis justa de esplendor y autenticidad para que te quedes un buen rato después del último cuadro.





