
Magyar Tudományos Akadémia — la Academia Húngara de Ciencias — puede sonar a solemne santuario del saber, pero en realidad es una pieza cautivadora de la historia de Budapest, que equilibra con arte su papel de institución científica, joya arquitectónica y hito junto al río. Asentada en la orilla del legendario Danubio, su sede señorial es imposible de pasar por alto: rasgos neorrenacentistas impecables y una vista envidiable del Puente de las Cadenas. Fundada allá por 1825, su origen tiene una anécdota que no suele colarse en las visitas guiadas: una reunión de nobles distinguidos, entre ellos el reformista István Széchenyi, quien en 1825 ofreció un año entero de ingresos para impulsar la búsqueda húngara de ciencia y conocimiento. Aquel instante, en una sala iluminada por velas, dio a luz algo mayor que cualquier donación. Forjó una ambición grandiosa por una Hungría moderna y culta, y nos legó un rincón donde apetece demorarse, aunque la ciencia nunca fuese tu asignatura favorita.
Acercarse a la entrada imponente de la Academia es como dar un salto al Budapest decimonónico. Mientras los turistas abarrotan el Parlamento o el Castillo, la Magyar Tudományos Akadémia te invita a bajar el ritmo. La gente local se apresura camino al trabajo, pero la historia resuena en cada losa de mármol pulido y en cada fachada esculpida. El edificio —diseñado por Friedrich August Stüler y terminado en 1865— es una lección de armonía, uniendo inspiración del Renacimiento italiano con motivos húngaros. Alza la vista hacia la gran fachada con sus estatuas alegóricas de la Poesía y la Ciencia: su presencia te susurra que aquí se honra la imaginación tanto como el intelecto.
Una vez dentro, o incluso si solo curioseas el atrio como visitante ocasional, captarás esa atmósfera de indagación serena y de ideas capaces de cambiar el mundo. La preciosa Biblioteca, con sus techos abovedados y estanterías de volúmenes antiguos, es pura evocación. A lo largo del año, la Academia organiza conferencias abiertas, charlas públicas y exposiciones temporales, abriendo sus puertas a quienes quieren aprender desde la reforma de la lengua húngara hasta descubrimientos astronómicos. Y si te cruzas con un concierto aquí —la acústica de los salones principales es sorprendentemente sublime— entenderás al instante por qué algunos de los festivales de música más aclamados de Budapest eligen este escenario.
El verdadero encanto, sin embargo, quizá esté en el dramatismo discreto de su ubicación. Sal a la plaza Széchenyi István al atardecer y te sentirás entre épocas: los puentes iluminados atraviesan el río, el Parlamento brilla hacia el norte y la ciudad vibra de expectación. Es una vista favorita de fotógrafos y parejas que se detienen a admirar las luces titilando sobre el Danubio. Incluso si no te tira especialmente la ciencia o la historia, aquí se respira una calma que contrasta con el bullicio de Pest.
Al final, visitar la Academia Húngara de Ciencias no va de memorizar datos ni de perseguir “imprescindibles”. Va de descubrir un monumento vivo: un hogar de ideas que moldearon una nación, donde ciencia, arte y tradición siguen encendiendo debates vibrantes. Ya sea que rastrees relatos más profundos de la ciudad, que caces rincones tranquilos de inspiración o que simplemente disfrutes del paisaje fluvial, esta Academia ofrece su propia versión del descubrimiento, tanto para la mente como para el alma. Quédate un rato: Budapest, como siempre, premia a los curiosos.





