
Magyar Tudományos Akadémia Művészeti Gyűjteménye —la Colección de Arte de la Academia Húngara de Ciencias— es ese tipo de joyita oculta en la que Budapest es especialista. Mucha gente vuela a la ciudad por sus baños palaciegos o la silueta impactante del Parlamento, pero si te gusta la historia servida con un toque húngaro inconfundible, esta colección es un desvío tranquilo y muy gratificante. A orillas del Danubio, dentro del imponente edificio neorrenacentista de la Academia Húngara de Ciencias, te sumerges en una atmósfera densa de intelecto, ambición artística y un orgullo nacional muy palpable.
La colección es una ventana fascinante a las aspiraciones culturales de los reformistas húngaros del siglo XIX. No fue otro que el conde István Széchenyi —“el Húngaro más grande”, como a veces le llaman— quien desempeñó un papel clave no solo en la fundación de la Academia en 1825, sino también en sembrar las bases de su colección de arte. Él y sus contemporáneos creían, con fervor, que cultivar la ciencia y las artes era esencial para la construcción de la nación. Recorrer sus salas es seguir los pasos de estos visionarios: estás viendo el tipo de arte que las mentes más brillantes del país querían conservar, pensar y legar.
¿Qué te espera dentro? La colección abarca del siglo XVIII al XX, con foco en la pintura y la escultura húngaras, pero no es solo un desfile de retratos al óleo. Hay intimidad aquí: miniaturas finísimas, obras gráficas exquisitas y manuscritos raros, cargados de historia, que trazan el ADN intelectual de Hungría. Los clásicos conviven con la experimentación. Puede que te detengas ante obras de Mihály Munkácsy, cuyo realismo evocador le ganó fama en toda Europa, y luego tropieces con retratos de académicos que se sienten discretamente revolucionarios por derecho propio. No te sorprendas si encuentras alegorías políticas o visiones romantizadas del campo húngaro, reflejo de los vaivenes de ideas y estados de ánimo mientras presidentes y poetas debatían el destino de la nación.
No se trata solo de lo que cuelga en las paredes. El propio marco lo impregna todo. Entre exposiciones, el silencio reina en las salas opulentas, roto apenas por los susurros de los guías o el paso suave de investigadores en su rutina. Gracias a la misión de la Academia, la colección no es simple decoración: es un archivo vivo que recorre las raíces profundas de la identidad húngara a través del arte. ¿Buscas tema de conversación? Fíjate en los objetos curiosos expuestos: plumas e tinteros bronceados que usaron los grandes literatos de Hungría durante su tiempo en la Academia. Estos vínculos tangibles con el pasado lo vuelven algo personal, más que meramente histórico.
Y, con toda su grandeza, la visita no intimida. Los curadores reciben con gusto a los curiosos: no tengas reparo en preguntar. A veces comparten anécdotas sobre cómo ciertas obras fueron sacadas a escondidas, donadas o incluso rescatadas en momentos turbulentos de la historia húngara (piensa en guerras, cambios de régimen, el caos de la Revolución de 1956). De vez en cuando, la colección organiza muestras temáticas, charlas o visitas guiadas, a menudo coincidiendo con aniversarios y congresos académicos; échale un ojo a la agenda local.
Para quien quiera rascar bajo la superficie de Budapest y encontrar las historias y los rostros que ayudaron a modelar la nación, la Magyar Tudományos Akadémia Művészeti Gyűjteménye —a un paseo de los miradores más bulliciosos de la ciudad— ofrece un viaje de lo más gratificante. Aquí se mezclan intelecto y arte, la historia cobra vida, y recuerdas que los auténticos tesoros de una ciudad no siempre son sus atracciones más concurridas.





