
La Nepomuki Szent János szobra se alza en silencio a orillas del Danubio, observando tanto la corriente impetuosa como el desfile cotidiano de locales y viajeros que pasan a su lado. A primera vista, esta estatua curtida de San Juan Nepomuceno—con sotana, abrazando un crucifijo—puede parecer un simple adorno del paisaje ribereño. Pero si te acercas, empiezan a desplegarse en la imaginación los siglos de historias que ha presenciado. Su gesto pensativo y la cabeza inclinada recuerdan una época en la que la espiritualidad y la vida diaria se entrelazaban sin esfuerzo, cuando cruzar un río era un acto a la vez físico y sagrado.
San Juan Nepomuceno es una figura envuelta en historia y leyenda. Nacido hacia 1345 en lo que hoy es la República Checa, fue vicario general en Praga y se convirtió en símbolo de la virtud de guardar secretos, especialmente el sigilo sacramental. Según la tradición, fue ahogado en el río Vltava por orden del rey Wenceslao IV tras negarse a revelar las confesiones de la reina. Por esa asociación con el agua, la lealtad y el martirio, llegó a ser patrón de puentes, barqueros y de quienes viajan o viven junto a los ríos en toda Europa Central. Reconocerás sus estatuas en orillas y puentes desde Praga hasta Budapest por su halo con cinco estrellas, una referencia a las que, dicen, aparecieron sobre el agua la noche de su muerte.
La Nepomuki Szent János szobra en Hungría ha sido testigo silencioso de siglos de cambios junto al río. Su fecha exacta de erección varía según el lugar, porque muchas ciudades y pueblos húngaros—especialmente los ligados a la pesca, los pasos de barca o el comercio—tienen su propia versión de esta figura devocional. Muchas se levantaron a finales del siglo XVIII, cuando los Habsburgo promovieron su culto tras la Contrarreforma. Al recorrer Hungría, notarás sutiles diferencias en estilo, antigüedad o desgaste. Algunas son humildes, pulidas por generaciones de dedos que acarician la piedra en busca de protección; otras, encaramadas con audacia sobre pilares, miran el torrente con serena autoridad.
No solo la historia del santo hace que esta estatua merezca la visita, sino también las historias que la rodean. En incontables leyendas populares, San Juan Nepomuceno calma tormentas o salva a barqueros en apuros, y su imagen sigue invocándose entre quienes navegan el imprevisible Danubio. La gente deja flores a sus pies o, a veces, cintas; a los niños se les dice que toquen la base para atraer la buena suerte. Incluso ahora, cuando viajar por el río suele ser ocio más que sustento, ese gesto sencillo conecta a los visitantes de hoy con la memoria de quienes pasaron antes.
Visitar la Nepomuki Szent János szobra aporta una pausa inesperadamente reflexiva a cualquier paseo por la ribera. Hay algo arraigado en ver una tradición de siglos mantenerse tan callada entre el bullicio moderno. Estén las aguas mansas o crecidas, atraque un ferry cercano o reine la calma, la estatua permanece firme—recordatorio de los peligros que afrontaron las comunidades húngaras en otros tiempos y de la persistente esperanza humana de seguridad y amparo. La próxima vez que pases, tómate un instante para rozar la piedra gastada, deja que la mente derive por el río de la historia e imagina todas las oraciones, peligros y travesías en paz que ha contemplado esta figura serena y vigilante.





