
Ószeminárium, o el Viejo Seminario, reposa en silencio en el corazón de Eger, acurrucado entre calles retorcidas que susurran historias de siglos a quien se detiene a escucharlas. Al acercarte a su elegante fachada, te invade la sensación de que no es un edificio cualquiera: ha sido testigo del florecimiento intelectual y espiritual de incontables generaciones. Sus gráciles líneas barrocas hablan de ambición y aprendizaje, pero también de los desafíos y los episodios dramáticos que dejaron su huella en el alma de toda la región.
Lo que hace verdaderamente especial al Ószeminárium no son tanto los grandes salones ni los techos dorados, sino la vida que ha latido entre sus muros desde su finalización en 1740. Encargado bajo la atenta guía del obispo Károly Eszterházy, el seminario nació como un faro de educación y devoción religiosa, acogiendo a estudiantes de teología que moldearían el ambiente intelectual de la Hungría del siglo XVIII. Cuenta la leyenda que los jóvenes seminaristas, nerviosos, se reunían en la vasta biblioteca, embriagados por el olor a pergamino, memorizando argumentos para debates teológicos a la luz de las velas. Las mismas salas donde discutían sobre Platón y Agustín siguen en pie y, al recorrerlas, quizá alcances a oír el eco de aquellas conversaciones apasionadas.
Pero el Viejo Seminario es mucho más que su herencia académica. Arquitectónicamente, es una joya en la corona barroca de Eger, con un toque juguetón. Los interiores lucen estucos que se arremolinan y descienden por bóvedas, mientras que la capilla central recompensa a quien tiene paciencia con frescos que se revelan mejor cuando la luz del sol atraviesa vidrieras de colores. Incluso quien solo tenga un interés pasajero por el arte o la arquitectura se descubrirá quieto, cabeza hacia atrás y un “wow” silencioso en los labios. Esa mezcla de serenidad y grandeza hace que el Viejo Seminario se sienta a la vez íntimo e imponente, una paradoja que forma parte de su encanto perdurable.
Si los libros son lo tuyo, no te pierdas la biblioteca: una sala inesperadamente atmosférica llena de tomos raros, muchos con notas manuscritas en los márgenes, garabateadas por mentes vivaces de siglos pasados. Entre estos tesoros, encontrarás obras que sobrevivieron guerras, fronteras cambiantes y el paso implacable del tiempo. Puede que incluso veas a un estudiante encorvado sobre un pupitre en un rincón, mordiendo un lápiz, tal y como lo hacían sus predecesores cuando el seminario abrió sus puertas hace incontables décadas. Una sencilla escalera de madera conduce a una galería abarrotada de más volúmenes, con la madera pulida por generaciones de manos.
Pero el verdadero secreto del Ószeminárium es su capacidad para hacerte sentir parte de su historia en curso. Ya sea sentándote en silencio en su apacible patio, escuchando el canto de los pájaros, o contemplando la ciudad desde una ventana de guillotina, se percibe con fuerza que la historia aquí no está congelada en vitrinas. Está viva, dinámica y espera a cualquiera con curiosidad y con aprecio por los ritmos más lentos y profundos del conocimiento y la tradición.
Al salir de nuevo, vuelves al mundo moderno: cafés, tiendas y el aroma de pasteles recién hechos; pero durante un rato, dentro de los muros de este seminario cargado de historias, sientes que has viajado no solo en el espacio, sino también en el tiempo. Quien pase por Eger debería regalarse el placer pausado de una visita. Solo que no te sorprenda salir del Viejo Seminario con unas cuantas preguntas nuevas y una sensación más profunda de cómo la historia y el aprendizaje pueden dar forma a un lugar y, quizá, también a una vida.





