
Rosenfeld-ház, o la Casa Rosenfeld, reposa en silencio en la esquina de unas calles arboladas de Szeged, como una instantánea de elegancia y resistencia. Para quienes han paseado por Szeged, Hungría, su fachada es una pieza de puzzle de otra época. Da ganas de hacer una foto y seguir, pero la historia bordada en sus ladrillos y en sus suaves líneas art nouveau merece bajar el ritmo, quedarse un rato y escuchar los ecos del pasado.
No todas las casas de Szeged conservan un nombre que haya viajado por más de un siglo de cambios. Pero Rosenfeld-ház arrastra el legado de sus propietarios originales, la familia Rosenfeld—destacados comerciantes judíos de textiles que, como tantos, escogieron Szeged para levantar su negocio y sus sueños a finales del siglo XIX. La finalización de la casa en 1911 fue más que un logro arquitectónico: fue una declaración. La diseñó el reconocido arquitecto húngaro József Löffler, cuyas huellas siguen presentes en varios iconos de la ciudad, y combina funcionalidad con los toques decorativos propios del optimismo de principios de siglo.
¿Y el exterior? Art nouveau en estado puro, pero con acento local. Delicados motivos florales en estuco, balcones ondulantes de hierro forjado y arcos apuntados hacen que la Casa Rosenfeld no se parezca a sus vecinas y, a la vez, sea inconfundiblemente parte de la identidad urbana de Szeged. Alzando la vista hacia las ventanas enmarcadas por esa ornamentación que se curva con suavidad, es fácil imaginar cómo la dinastía textil exhibía aquí sus telas, atrapando la luz y susurrando historias a quienes pasaban. Incluso los coloridos apliques cerámicos—aún vibrantes—delatan el gusto de los Rosenfeld por el detalle y la calidad.
Dentro, si tienes la suerte de echar un vistazo, la magia se multiplica. Aún resuenan murmullos de una vieja opulencia entre los techos altos: quizá veas restos de la carpintería original o del mosaico, y aunque mucho ha cambiado (y se ha restaurado), la estructura sigue siendo puro ingenio finisecular. Para muchos, la Casa Rosenfeld no es solo una reliquia, sino un recordatorio de que cada muro y cada ventana de Szeged guarda una capa de la historia de la ciudad. A través de dos Guerras Mundiales, cambios de régimen y reformas, la casa ha sido testigo de extremos: grandeza, dificultades, celebraciones y pérdidas. Al pasar, cuesta no sentir el peso y la energía de vidas vividas intensamente entre sus habitaciones.
Lo interesante es que la historia de Rosenfeld-ház no es ni estática ni triste. En los últimos años se han impulsado cuidados esfuerzos de conservación que buscan equilibrar su uso como bloque residencial con su valor arquitectónico e histórico. La calle rara vez está en silencio: niños charlando, vecinos barriendo los peldaños, el ritmo cotidiano de la ciudad en marcha. Y, entre todo eso, la casa permanece como un marcador del alma del barrio, un emblema de la creatividad, la industria y la resiliencia que han hecho de Szeged el lugar vibrante que es hoy.
Quienes se acercan a Rosenfeld-ház suelen descubrir belleza en rincones inesperados. No es un gran palacio ni un museo al uso, pero esa forma casual en la que el pasado se cruza con el presente resulta fresquísima. Si te escapas a Szeged, párate frente a este edificio discretamente magnífico. Fíjate en sus detalles; imagina sus historias. Deja a un lado la prisa y métete por un momento en la cabeza de quienes construyeron, vivieron y soñaron tras sus ventanas siempre atentas. Puede que descubras que Rosenfeld-ház no es solo una joya arquitectónica, sino también una invitación a conectar con el pulso de la vida real húngara: pasado y presente, juntos, en un mismo lugar.





