Zichy-kastély (Castillo Zichy)

Zichy-kastély (Castillo Zichy)
Castillo Zichy, Rajka: Residencia barroca del siglo XVIII que perteneció a la familia Zichy, famosa por su arquitectura elegante y el frondoso parque que la rodea.

El Zichy-kastély de Rajka no suele aparecer en todas las listas viajeras de Hungría, y justo por eso es tan seductor. Escondido más allá de la bruma del Mosoni-Duna, cerca del cruce de Hungría, Eslovaquia y Austria, este curioso caserón descansa en un verdadero cruce de culturas. Pisar sus jardines es como entrar en uno de esos rincones olvidados de Europa Central donde el tiempo se remansa en lugar de correr, donde el pasado se ve y, en silencio, sigue vivo.

El castillo, conocido como Zichy Castle o simplemente la mansión de Rajka, es un pedazo de historia que se remonta a principios del siglo XVIII. La tierra perteneció originalmente a los condes de Rajka, pero en 1740 pasó a manos de la ilustre familia Zichy, una de las estirpes nobles más célebres de Hungría. Los Zichy se distinguieron por su estrecha relación con la corte de los Habsburgo y con la administración húngara, y la finca de Rajka fue uno de sus asientos clave fuera de la bulliciosa capital. Si estas paredes encaladas hablaran, contarían historias de bailes, intrigas y el sordo traqueteo de carruajes que llegaban desde Viena.

Arquitectónicamente, su encanto está en la belleza contenida. A diferencia del barroco exuberante de Fertőd o las agujas de cuento de Vajdahunyad, el Zichy-kastély en Rajka encarna la elegancia práctica de los palacetes rurales centroeuropeos. La mayor parte de lo que vemos hoy procede de una gran reforma a finales del siglo XVIII, que le dio su característica planta en U y unos sobrios toques neoclásicos. Fachadas estucadas, una acogedora galería porticada y proporciones simples pero airosas: nada presume; solo una discreta afirmación de antigua grandeza.

Si te pierdes entre las leyendas locales y los viejos registros, te toparás con nombres como el del conde Antal Zichy, considerado el gran valedor de la finca en el siglo XIX, y otros propietarios cuyos destinos subieron y bajaron al compás del propio país. El castillo fue testigo de todos ellos, sobreviviendo a las tormentas revolucionarias, a las fronteras cambiantes tras ambas guerras mundiales y a la lenta desidia del siglo XX. Incluso durante la era socialista no fue arrasado: acogió actos comunitarios, campamentos de verano y—según cuenta el rumor—alguna que otra boda secreta.

Uno de los aspectos más entrañables del Zichy-kastély de Rajka es el parque que se despliega alrededor de la casa solariega. Un dosel de robles y acacias centenarias, algunas con más de doscientos años, sombrea senderos de grava suavemente compactada. Hay aquí un silencio especial, una sensación de aislamiento frente a las autopistas y las fronteras cercanas. Siéntate un momento en uno de los bancos gastados y oirás el susurro de las hojas mezclado con retazos de eslovaco, húngaro y, a veces, alemán: testimonio de la diversidad de una zona moldeada por generaciones de cruces fronterizos y migraciones.

Por dentro, asoman huellas de su pasado noble entre la pintura desvaída y los corredores inundados de luz. Si tienes la suerte de visitarlo en una jornada de puertas abiertas o durante un evento cultural (a menudo organizados por asociaciones locales muy entregadas), te fijarás en los techos altos y los detalles de época: estufas de azulejos, fragmentos de molduras pintadas, y el eco sólido de tus pasos sobre la madera gastada. Las visitas guiadas, a veces conducidas por apasionados de la historia local, desvelan relatos tiernos y pícaros: excentricidades de los Zichy, desolación de guerra y renacimientos inesperados.

La mejor forma de experimentar el Zichy-kastély es dejarte estar. Trae un libro, o quizá una libreta si te apetece escribir. La luz suave filtrándose por ventanales altos, el murmullo apacible del parque y el aire perfumado por las flores del tilo en verano han inspirado a artistas y viajeros durante siglos. Date un paseo por Rajka, donde encontrarás cocina de frontera en tabernas bajitas, ermitas de carretera dedicadas a santos casi olvidados y una atmósfera más de memoria viva que de atracción turística.

Así que, si buscas esos lugares raros donde la ausencia parece presencia y donde la historia es menos un escaparate y más un susurro en el aire, desvía el rumbo hacia el Zichy-kastély. Puede que descubras, como tantos antes, que a veces los capítulos más silenciosos del pasado brindan los encuentros más memorables: un fresco desvaído aquí, un cuento compartido a la sombra de un árbol antiguo, y la serena persistencia del tiempo en una mansión de frontera.

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